Es posible que a Mariano Rajoy lo embaucasen en un momento dado informándole de algo que no valoró en sus justos términos. En el peor de los casos, estaríamos ante una manera de comprometerle en el conocimiento de determinados asuntos turbios, pero nunca de implicarle como protagonista. El problema que él debe gestionar tiene nombres y apellidos. Por un lado, está el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, quien al tiempo que pudo haber sido espiado tendría responsabilidades sobre el control de los agentes que supuestamente han seguido a políticos del PP, entre ellos Manuel Cobo, y Alfredo Prada. Por otro lado, ahí sigue el consejero de Presidencia, Francisco Granados, cuyo departamento dirige a los ex agentes supuestamente asignados al espionaje político en Madrid, aunque él ha negado la existencia de la trama. Y ambos tienen una jefa, que es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, adversaria de Rajoy. Se le pueden dar muchas vueltas a las cosas, pero es lo que hay.
Mariano Rajoy tiene poder suficiente para poner las cosas en su sitio, limpiar el partido y caminar hacia La Moncloa sin temer que le apuñalen los que van detrás. Él no es muy dado a actuar así, y tiene a su favor que sin apenas moverse ha llegado hasta donde está, pero quizá su buena suerte en ese sentido se ha acabado y esta vez va a tener que mojarse un poco. ¿O no?