Nadal no sólo ganó el Abierto de Australia, tras ‘pelear’ contra otro gran tenista durante cuatro horas y veintitrés minutos -que se dice pronto, pero son 263 minutos de extrema concentración y esfuerzo físico al límite-, si no que se ganó la simpatía y el reconocimiento de todos quienes le vieron y oyeron. Nadal compartió con Roger Federer su tristeza por la derrota, como todo el mundo pudo ver por la expresión de su rostro y como también todo el mundo pudo oír por sus palabras de ánimo al compañero vencido.
La gesta histórica de Nadal fue ayer, por tanto, doble. Venció en lo deportivo con notable esfuerzo, entrega y pundonor. Y dejó una impronta de enorme categoría humana con su comportamiento. Nadal fue ayer el mejor ejemplo de deportista que pueda darse.