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En España, cuatro millones de personas sufren insomnio crónico y entre un 25 y un 35% lo padecen de forma transitoria

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En el norte de Uganda, hacía la ciudad de Gulu, durante décadas, han peregrinado cada tarde, niños de los pueblos y campos de refugiados que se encuentran entre cinco y veinte kilómetros alrededor. Lo hacían para dormir seguros, cerca de los hospitales, de las estaciones de autobuses o en alguno de los refugios creados. Temían ser sorprendidos por el LRA, grupo guerrillero que los secuestraba para convertirlos en soldados y en esclavas sexuales. Los que ya habían sido secuestrados alguna vez no podían descansar ni aún en los refugios porque cualquier ruido los sobresaltaba. No era extraño que padecieran insomnio porque el temor y el estado de alerta son malos compañeros para la relajación necesaria para el sueño.
Podemos entenderlo, son situaciones límite. Sin embargo en nuestro mundo lejano y a salvo, en España, cuatro millones de personas sufren insomnio crónico y entre un 25 y un 35% lo padecen de forma transitoria. Detrás de muchos casos de problemas para conciliar o mantener el sueño está el estrés.  Una de las formas de definirlo sería: el proceso que se pone en marcha cuando una persona percibe una situación o acontecimiento como amenazante o desbordante de sus recursos. ¿Pero cuántas personas reconocen  que se sienten  desbordados? No son conscientes de que sufren porque se sienten superados, su amenaza no se manifiesta, lo que les acecha es como un fantasma, invisible e intangible. Somos tan civilizados que hasta aceptamos los despidos de forma razonable, sin abalanzarnos contra quien acaba con nuestro bienestar, sin ni siquiera levantarle la voz. Quizás nuestra mente lo sea, pero el organismo sigue reaccionando de la misma manera, las suprarrenales empiezan a producir catecolaminas, la que más nos suena es la adrenalina, que se distribuyen por nuestro organismo y empiezan a actuar: aumentan nuestro ritmo cardiaco, el corazón late más rápido y la presión arterial sube; la sangre es desviada de los intestinos a los músculos para huir del peligro; y el nivel de insulina aumenta para permitir que el cuerpo metabolice más energía. Nos prepara para huir o luchar. Como no hacemos ninguna de las dos cosas, nos enfermamos, de corazón, del páncreas, nos convertimos en obesos, producimos más ácidos estomacales, lo que es igual a úlceras…
Los muchachos y muchachas ugandeses conocían al enemigo, sabían qué les sobresaltaba y se llevaba su sueño. ¿Sabemos quién se lleva el nuestro? Después de angustiosas jornadas laborales, marcadas por los plazos, la presión por el exceso de trabajo, el acoso o el despido, pretendemos llegar a casa, relajarnos y dormir. Mientras por nuestro sistema sanguíneo se mantienen las hormonas que nos mantienen en alerta.  

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