Por ello, permítanme que recuerde a Curro y a las estirpes de toreros que emocionaron a generaciones de aficionados. Leo a Ignacio de Cossío y a la Laura Ruiz en Viva Sevilla y me desayuno estos días con el prisma del maestro Antonio Lorca en El País para ver si coinciden dos días seguidos de toros en condiciones, y resulta que, como ocurre desde hace años, es imposible. Y eso que ya hemos visto la Puerta del Príncipe abierta en dos ocasiones y ha sido indultado un toro en la Maestranza, por primera vez en la historia, si exceptuamos a aquel novillo que corrió la misma suerte al comienzo de los sesenta del siglo pasado. Las crónicas de estos días hablan de gestas del Juli y de Manzanares, y algún que otro momento para el recuerdo, lo que demuestra que hay mimbres con los que apuntalar la fiesta, o reinventarla; quién sabe.
Llevamos ya muchos años en los que los toros se han convertido en el paradigma del antiespectáculo. Es decir, el personal se gasta muchos euros para disfrutar de algo que, estadísticamente, a priori va a ser un fracaso sin paliativos y que no se corresponde lo más mínimo con lo que se anuncia.A pesar de ello, y de las críticas razonadas de los que no quieren que las corridas de toros sigan celebrándose, la tauromaquia forma parte de la esencia de nuestra cultura, entendida desde el punto de vista antropológico e incluso como una forma de expresión artística. Los aspectos más escabrosos de la fiesta no son suficientes para plantear con rigor su desaparición, por más que sus protagonistas se empeñen en ayudar a que esto se produzca por inanición, por deserción del respetable o por falta del más mínimo interés artístico. A todo esto, hace unos días que Francia ha reconocido a la tauromaquia como bien de interés cultural.
Allí la fiesta comenzó a implantarse a mediados del siglo XIX y ha arraigado en las regiones de Aquitania, Medios Pirineos, el Languedoc-Roussillon y Provenza Alpes -Costa Azul. No se cómo está la fiesta en el país vecino. Supongo que como aquí, poco más o menos. De lo contrario habría que enviar rápidamente una comisión a Nimes y Arles que estudie qué hay que hacer para darle vida al fenómeno en España, excepción hecha de Catalunya donde su Parlament decidió que esta comunidad autónoma quedaba fuera del universo taurino. No parece que el ejemplo catalán vaya a cundir en el conjunto del Estado, ni que haya un debate sólido al respecto, pero conviene que se reflexione sobre la solvencia de un fenómeno que pretende mantenerse como referente de lo español, y no digamos de lo andaluz, al comienzo del siglo XXI. No tengo una opinión formada sobre si hay que seguir a Francia con una declaración similar, pero, en cualquier caso, no creo que ahí esté la solución, ni que ello sea la clave para la supervivencia de la fiesta. Los toros siguen despertando el interés del público en general, como se pone de manifiesto en los datos de audiencias de los programas de televisión que tienen su base en el hecho taurino. Ese interés habría que trasladarlo a otros ámbitos de la sociedad actual si se quiere oxigenar el invento y que no decaiga un referente de nuestra cultura, y de nuestra forma de entender la vida.