La invasión de Ucrania por el ejército ruso en la madrugada del jueves ha movilizado a las comunidades ucranianas de la provincia, con concentraciones en distintos puntos, como ocurrió ese mismo día en la plaza del Arenal y este último sábado en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz. No solo lo han hecho ellos, sino que han encontrado un “tremendo apoyo” de sus vecinos, a los que muchos ven ya como su segunda familia. Pero en Ucrania siguen parte de los suyos, de los que no puede estar más orgullosa, aunque están siendo días de “miedo”, “angustia” y “caos”.
Detrás de los rostros con semblante serio y ojos llorosos que ruegan el fin de la guerra portando orgullosos la bandera de Ucrania, se esconden historias como la de Natalia Prylypko. Tiene 33 años y lleva casi una década viviendo en Jerez, de donde es su pareja y padre de su hijo. Aquí ha creado su hogar, da clases particulares, que para sus compatriotas son gratis “para ayudar a mi pueblo”, y trabaja como traductora cuando la llaman del juzgado u otras instituciones oficiales y solidarias, pero su madre y sus tres abuelos siguen en Ucrania. La última vez que estuvo en su país fue en septiembre por el fallecimiento de su padre. Cuando el jueves despertó, los mensajes que tenía en su móvil de conocidos y amigos diciéndoles que “lo sentían mucho” la pusieron en alerta.
Lo peor, como relata a este medio, fue el tiempo que tardó en contactar con su madre, que vive en Boyarka, a 20 minutos de Kiev, la capital, porque las líneas telefónicas estaban sobrecargadas. Desde allí, le contaba, escuchaba las explosiones y podía ver todo el cielo “lleno de avionetas”. De hecho, en su país han aconsejado que solo se haga uso del teléfono si es necesario, puesto que las compañías telefónicas “no están preparadas para atender tantas llamadas”. En la primera mañana solo funcionaba internet.
Debido al colapso, su madre tardó cinco horas en llegar al pueblo de sus padres, sus abuelos de 87 y 85 años, pese a que está a dos horas de Kiev. Tuvo suerte de que una amiga le llamara y le dijera que había un asiento libre para ella en el coche. Allí iba a estar más segura, pero antes se tenía que asegurar de dejarle comida durante unos días a su suegra, de 90, que vive sola, en otro pueblo que se ha quedado sin luz. “Todas las personas han equipado sus sótanos, han comprando lámparas que pueden funcionar con gas y el jueves ya no quedaba pan en las tiendas. Su idea era no dejarla sola “más de tres días si no atacan muy fuerte”. “Las personas mayores, debido a sus problemas de salud, no se pueden mover”, señala preocupada.
En el caso de su progenitora, de 59 años, tiene tres ancianos a su cargo, con lo que, “es su vida o dejarlos morir; si mi madre se va, ellos se mueren”. Por tanto, lamenta, solo saldría de Ucrania “en una situación extrema”. “Esto es angustioso; parece que vivimos una pesadilla. No puede ser que estemos viviendo esto en medio de Europa en el siglo XXI”.
¿Se esperaban esta pesadilla? En su casa tenían la esperanza de que al final Putin no tomara la decisión de atacar debido a un conflicto que viene de ocho años atrás, el tiempo que ella lleva fuera. “Esta persona (por Putin) tiene una visión del mundo de hace siglos unos siglos, se piensa que todos los países europeos le tienen que devolver tierras”, indica.
Sergio, de 43 años, compatriota de Natalia, también tuvo problemas para localizar a sus hermanos. Finalmente pudo hacerlo, y también a sus primas. “Están llorando, muy preocupadas”. El marido de una de ellas es militar. Él vive en San Fernando, con su mujer y sus hijas, la segunda es gaditana. Trabaja en el sector de la construcción. “Salí de allí con 21 años, soy más andaluz que ucraniano, pero me duele mi país”.
Desde que se marchó, cuenta, solo ha ido tres veces, principalmente mente “para recoger a mi familia”, narra a este medio. Sus hermanas están aquí con ellos, pero sus hermanos y sobrinas siguen allí. Ellos no pueden venir, porque a los ucranianos los reclutan, pero Sergio tiene claro que tiene que “salvar” a sus sobrinas y sus primas. “No es tan fácil salir de allí”. En su caso, el ataque de Rusia no le ha cogido por sorpresa. “Yo sabía que sí. Otra cosa no podía pasar” y el último mes se lo había puesto todavía más claro, reconoce. Pero no son los únicos que lo están pasando mal.
Rosa es rusa y en marzo pensaba ir a su país a celebrar su 60 cumpleaños. Ella ya tiene la nacionalidad española y desde hace 13 años vive en Jerez con su otra hija y su nieta. Tampoco están siendo días fáciles para ella. “Sufrimos igual que los ucranianos. Yo llevo todo el día llorando; siempre digo que Putin se piensa que es el rey de Rusia y quiere ser el rey del mundo porque es el presidente de Rusia desde hace 20 años. Luchamos siempre en contra de él, no podemos hacer nada. Yo siempre he dicho que los rusos y los ucranianos somos hermanos. Pero esto no es un problema de Ucrania y Rusia, es un problema de todo el mundo”, señala emocionada.
Olga es bielorrusa, lleva 15 años en España, y hace poco pudo traerse a su madre. La noche del jueves ninguna de las dos pegaron ojo. “Teníamos un mal presentimiento. Escuché el discurso de Putin y ha sido lo más nefasto que he oído en mucho tiempo”. A las pocas horas, empezaron a llamar a la familia que tienen en Ucrania. “Nos dijeron que había explosiones, hay nervios y resignación”.
En Ceain, por el momento, no tienen acogidas familias ucranianas, pero ya están en contacto con Protección Internacional.