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Todo está ferpecto

La vileza de deslegitimar a alguien dando caza a la pareja

Es ruin y de una podredumbre moral intolerable atacar a alguien por sus relaciones personales; ante esto, defensa sin piedad

  • Díaz Ayuso. -

Tratar de cuestionar y deslegitimar a alguien recurriendo a un ataque injusto y despiadado a su pareja es, digámoslo de una sola vez, ruin, de una podredumbre moral intolerable. Pero no solo se trata de una actuación reprobable por una cuestión ética. Allá cada uno con los valores con los que se conduce por la vida. Estos, aunque nunca lo reconocerán, sentirán asco alguna vez de la imagen que les devuelve el espejo del baño cuando, en plena madrugada, se ven obligados a vaciar la vejiga.

Atacar en lo personal ferozmente es, sobre todo, muestra de derrota absoluta, de debilidad total, de inútil resistencia a asumir que estás perdido y que más pronto o más tarde acabarás hincando la rodilla. La razón se tiene o no se tiene. La ley te asiste o no te asiste.

Hay quien no lo reconoce porque está acostumbrado a anotarse pírricas victorias, que no lo son en verdad y que les envilecen más todavía porque únicamente las logran transgrediendo todos los límites y haciendo un mal uso de la autoridad con que cuentan. Son como niños malcriados que ponen el balón en la plaza del barrio. Y cuando ha quedado claro que el fútbol no es lo suyo, cuando el tanteo demuestra que tienen dos pies zurdos o dos pies diestros, cogen la pelota y se acabó la pachanga, todos a casa.

Conocedores de que sobreviven en precario equilibrio, echan mano de cuantos recursos tienen a su disposición para amedrentar y amenazar. Se valen de la ignorancia, de la corrupción de los resortes de poder, señalan, advierten de que no sigas por ahí, que andes con cuidadito, convencidos de que son poseedores de tu suerte, de tus designios, de tu dignidad, que es peor porque no conocen su valor.

Ante estos elementos, solo se puede reaccionar de una sola manera, con coraje, con valentía, seguro de que, entablado el juego, hay que jugar con las mismas reglas. No se puede ir a la guerra vestido de boyscout, con brújula, cantimplora y galletitas. Que los otros no están haciendo esgrima. Así que el florete, donde demonios se envainen los floretes. Hay que silenciar la voz de la conciencia, la bondad, la piedad, negarse aquello de que hay que compadecer al malvado porque, pobrecito, la vida lo hizo así.

Es preciso disponer de todo el arsenal para liquidar a quien emprende una cacería personal y tener claro que en este tipo de conflictos no se puede dejar heridos ni hacer prisioneros. Por experiencia propia, los moribundos y los presos acaban apuñalándote por la espalda en cuanto tienen la menor ocasión. Así que lo mejor es dejar claro que no hay temor ni habrá perdón.

Un malogrado político gaditano lo resumía todo con dos frases maravillosas, castizas, redondas: para echar cojones, hay que tenerlos, decía ante cualquier ofensa de este tipo; y, hombre respetuoso con sus mayores, especialmente con quien lo alumbró, para que llore mi madre, que llore la tuya, en feliz expresión con reminiscencias de esas vivencias montunas, salvajes, crueles, de la infancia.

Sin miedo, pues, a aceptar el duelo de honor, Isabel, como siempre, como deberíamos responder todos ante los que están muertos pero no lo saben todavía y quieren comernos hasta el alma.

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