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Un yoga democratizado para un mundo que corre cada vez más deprisa

Hoy en día es una de las prácticas que la sociedad está asumiendo para luchar contra un estrés que atenta contra la salud y hasta contra la economía.

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Julia Porro dice que la práctica del yoga se asocia a veces a posturas prácticamente acrobáticas, difíciles, lo quehace que la gente normal no se acerque a lo que realmente es una disciplina, una práctica milenaria en la que inicialmente la práctica corporal ni siquiera se contemplaba. “Es una disciplina que lo que estudia es el cultivo de la mente”.    

¿Por qué entonces esas posturas que además en la realidad se adaptan a todas las edades y a todos los estados de forma física y mental? Pues como “una herramienta para emprender un camino de autodescubrimiento”.   

Las posturas que hacen, el esfuerzo que requieren, no es más que una forma de concentrarse en sí mismo, en lo que está sintiendo, las sensaciones que experimenta con cada esfuerzo... Y todo eso es lo que lo aísla del entorno.    

Así es como ha llegado a Occidente y así es como se enseña en las escuelas de yoga, o centros, atendiendo a la capacidad de cada persona, sin forzar y con el objetivo de la concentración en uno mismo.    

Es evidente y así lo reconocen Julia Porro, que determinados conceptos como el conocimiento interior, la armonía del cuerpo, la mente y el espíritu, reclaman de las personas que lo practican un nivel intelectual por encima de la media -dependiendo de dónde esté la media-, pero hay un factor que está invirtiendo la situación de lo que era hace veinte años y lo que es ahora.    

Lo que está invirtiendo la tendencia y hace que cada vez más personas practiquen yoga, las distintas especialidades, es la velocidad de una vida en la que el trabajo y las actividades apenas dejan tiempo para un rato de tranquilidad.    

El estrés diario y una mayor información sobre lo que es el yoga -y otras disciplinas que procuran mejoras a esta rápida forma de vida- hace que haya crecido el arco del aprendizaje y en cierto modo se haya democratizado su práctica.    

El estrés lo siente el cirujano y lo siente un ama de casa -o amo- y una vez que la información ha hecho su trabajo ha aumentado exponencialmente el magisterio y el alumnado.      

Sólo hay que ver el número de casos de depresiones que se registran para comprender que una forma de evitar los tranquilizantes de por vida es la práctica de disciplinas que protejan la mente. Que no quiere decir que los suplan. Aunque hay casos.

Pregúntenle a Julia Porro que dejó su carrera de márketing digital por la enseñanza del yoga y al final abandonó las benzodiazepinas.

De hecho y en países donde la práctica de estas disciplinas están más extendidas, las propias empresas procuran dotar a sus trabajadores de herramientas que de este tipo porque saben que reducir el estrés de un trabajador es aumentar su productividad.

Todo ello sin hablar del caso contrario, el de los países donde existe una concepción distinta del trabajo en los que las bajas por depresión van aumentando en función de las condiciones laborales de los empleados. Claro que ahí habría mucho de que hablar que no tendría nada que ver con el tema en cuestión. Y sería un diálogo, no un monólogo.

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