Ya ondean en numerosas casas andaluzas la blanca y verde, mostrando el orgullo de sentirse andaluz, de la tierra donde emana el río Guadalquivir, donde hasta los árabes se asentaron para no querer irse y que despertó el deseo de conquista en los europeos del norte de la península. Una tierra generosa con todo aquel que llega a ella, pero que en no pocas ocasiones ha sido marginada y mirada con los prejuicios del inepto y zoquete, que no ve más allá de la imagen que el interesado centralista quiere plasmar del andaluz.
Andalucía, a pesar de todo lo que algunos opinan, sigue teniendo el mismo color de siempre, porque esta tierra brota sus frutos de las encallecidas manos del trabajador, del jornalero y del marinero que cada día se levanta a trabajar cuando le dejan. El andaluz no cambia de color, cambia de voto cuando le traicionan o le hacen daño, pero su espíritu y su forma de pensar siguen siendo las mismas de siempre: las de luchar por su familia desde la honestidad. Desgraciadamente, en Andalucía también hay garbanzos negros, como en todas partes, pero no dejan de ser una minoría que debe quedar supeditada a la honestidad del verdadero andaluz.
Bécquer, los hermanos Machado, Lorca, Juan Ramón Jiménez y María Zambrano dibujaron las más bellas letras de la literatura hispana, mientras que el pincel de Velázquez, Murillo, Valdés y Picasso escribió la historia de nuestra tierra en los lienzos de los museos más importantes del mundo. Todo bajo la banda sonora de Manuel de Falla, Andrés Segovia, Paco de Lucía, Joaquín Sabina o Carlos Cano, interpretada por las prodigiosas voces de Raphael, David Bisbal, Alejandro Sanz, Rocío Jurado o Camarón de la Isla.
Y es que Andalucía es un sueño que bien pudiera haber creado un director de cine como Buñuel, Benito Zambrano, Pilar Távora, Josefina Molina o Alberto Rodríguez. Nosotros seríamos los actores principales de la historia de nuestra tierra, como lo son y fueron Antonio Banderas, Juan Diego, Antonio de la Torre, Rafaela Aparicio, María Galiana, Natalia de Molina o Inma Cuesta.
Andalucía es de dos colores: el de la tierra y el de la libertad. Es la música y la letra de su himno, y el corazón de Blas Infante que acelera sus latidos ante la injusticia o la discriminación de un pueblo que sigue ofreciendo la cultura y el arte de más calidad, para que, a cambio, se le siga considerando un resort de lujo para pasar los días de asueto. Cada 28 de febrero y 4 de diciembre, el andaluz recupera su imagen para airearla en los balcones, pero un andaluz de verdad siente y padece por su tierra los 365 días del año y no permite que desde otras tierras se marque el presente y el futuro de Andalucía.
No queremos volver a ser lo que fuimos, pero, como si de un lazo se tratara, no dejan de tirar de nosotros para hacernos hincar de nuevo la rodilla ante el señorito. Por eso es necesario recuperar nuestro orgullo y caminar con el puño en alto y la cabeza erguida, diciendo con un acento andaluz natural —no importado ni exagerado, y por supuesto, no oculto— lo que musicalizó el cantautor granadino: “Amo mi tierra, lucho por ella y esperanza es mi bandera, verde y blanca”.
Dos colores, solo dos, desde el inicio de nuestra historia con Al-Ándalus hasta hoy
