La victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones madrileñas ha disparado las lecturas e interpretaciones de cara a una posible extrapolación de los resultados al resto de España. El primer interesado en hacerlo ha sido el PP, ajeno a la prudencia desde el momento en que los titulares y análisis hablan de “fenómeno Ayuso”, no de “fenómeno PP”.
En realidad son tantas las cuestiones que hay que afrontar a la hora de entender lo que ha ocurrido en Madrid, y en qué medida puede extenderse a futuros escenarios electorales, que lo más ventajista hasta el momento consiste en ceñirse a los datos objetivos de lo ocurrido, sin dejar de mirar de reojo a los sucesivos episodios de una campaña que parecía seguir las directrices de un ejercicio de ficción.
Hasta ahora, casi todo se reduce a una constante: saber ganar, saber perder. Y en política es eterna, porque ni los que ganan suelen saber ganar, ni los que pierden saber perder, aunque en este caso se haya hecho más evidente en los segundos; en especial en un PSOE noqueado y desnortado, pero sobre todo desconcertado tras comprobar que Iván Redondo era falible, aunque tenga respuestas para todo: la culpa, para Gabilondo y José Manuel Franco, por disciplinados; las consecuencias, para Andalucía, porque se hace tarde.
La reacción pretende ir, en primer lugar, en beneficio del líder supremo, aislado como en un búnker de indiferencia a la espera de que deje de sonar la alarma anti aérea, pero también de un partido que siente haber llegado al final del relato, salvo que opte por un, hasta ahora, inesperado desenlace alternativo, que pasaría por poner fin a su lamentable política de alianzas.
Consecuencias a la victoria -insisto- de Ayuso -y sus ayusers- debe haberlas, como ya las ha habido entre los que precipitaron esta nueva realidad política: Ciudadanos. Inés Arrimadas ha hecho tanto -y más que Albert Rivera- por encumbrar al partido como gran referente del espectro centro liberal del país, como por hundirlo -al nivel de Rivera- con obstinación y “avaricia”, que diría un amigo mío, hasta llevarlo a la invisibilidad actual en la asamblea madrileña y obligar ahora a los supervivientes a cruzar sobre un precipicio para el que necesitarán más fe que Indiana Jones para conseguir el cáliz de Cristo.
Consecuencias las hay, también, entre Podemos y, especialmente entre Vox. Este martes hubo cierta unanimidad al señalar a Díaz Ayuso como la responsable de la marcha de Pablo Iglesias de la política activa, como si además de la victoria se hubiese llevado el bote del euromillón. Pero ese empeño -las ganas, sobre todo- por señalar y apuntillar a quien todavía se sigue preguntando por qué la clase obrera no fue a votar -lo hizo, pero no a él-, ha dejado en un segundo plano la derrota del partido de Santiago Abascal.
Derrota, en parte, por el resultado, ya que no serán decisivos para formar gobierno, pero más aún porque sin Pablo Iglesias en la ecuación se han quedado sin su razón de ser inicial, sin referente al que combatir, sin el que alimentar la causa entre sus seguidores. Vale, les queda el PSOE, los restos de Podemos y los nacionalismos como ente del mal, pero se siente el mismo vacío que cuando Roberto Alcázar y Pedrín dejaron de perseguir a Svimtus, el hombre diabólico. Ya no fue lo mismo.
Esas son consecuencias directas; las demás entran en el terreno de la causa-efecto, la predicción y hasta la prestidigitación, por el énfasis interpretativo e interesado que algunos le han dado a lo que puede ocurrir a partir de ahora en el ámbito político nacional.
Así, no hay causa-efecto en el hecho de que, como Ayuso ha ganado en Madrid, el PP lo hará ahora en el resto de España, ...salvo que clonen a Ayuso, puesto que es una cuestión de relevancia, la de un liderazgo sobre la propia marca de partido. Pero también de aval de gestión, lo que certifica la sospecha de que quien ha gobernado a nivel regional y local durante la pandemia lleva ventaja sobre los demás -ahí están los datos de Galicia, País Vasco y Cataluña-.
Lo que es indudable es que el efecto Ayuso ha sacudido el tablero y descolocado todas las fichas, con lo que toca empezar una nueva partida en la que vuelve a cobrar ventaja el, añorado por tantos, bipartidismo. Lampedusa, no lo olviden, ya lo predijo.