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El síndrome del caballo ganador

A los partidos en alza no les van a faltar voluntarios predispuestos de cara a las municipales. Lo fácil, y lo peligroso, es apuntarse al caballo ganador

  • Arrimadas en Jerez junto a Juan Marín -

Si hace un año alguien les hubiera vaticinado que Pedro Sánchez sería presidente del Gobierno nada más llegar el verano y que Juanma Moreno lo sería de la Junta casi con las navidades, lo más probable es que hubieran aguardado al final del chiste. Ahora, los mismos que hasta antes de ayer seguían dudando del papel de Ciudadanos en las negociaciones y temían un nuevo gobierno socialista con el apoyo in extremis de la formación naranja, son los primeros que se están apuntando a la teoría de que el inminente ejecutivo andaluz tendrá poco recorrido. Puede que eso sea lo que dicte, si no la razón, al menos la experiencia, pero si algo hemos debido aprender en el año transcurrido es que hasta la experiencia política ha terminado por prescribir: los que le han encontrado la gracia al chiste son Pedro Sánchez y Juanma Moreno.

Por eso mismo, considerar que las elecciones municipales van a ser un calco de lo ocurrido el 2 de diciembre parece algo demasiado aventurado, más allá de la tendencia electoral establecida que, en todo caso, puede terminar convirtiéndose en una llamada a la rebelión, como ya pretenden los colectivos organizadores de las concentraciones previstas para este martes ante el Parlamento andaluz y en las capitales de provincia. Que nadie piense que su objetivo es deslegitimar un acuerdo parlamentario fruto de un ejercicio democrático, sino establecer la nueva base identitaria de la izquierda frente al enemigo común de la derecha y llegar con mejores opciones a las municipales.

En la provincia de Cádiz, una de las ciudades en la que todos los partidos tienen depositadas más esperanzas  es Jerez, tanto por tratarse de la quinta ciudad de Andalucía, como por su importancia en la configuración del gobierno de la Diputación, y como consecuencia de los resultados deparados el pasado diciembre. Ciudadanos, que por primera vez en su historia se convirtió en el más votado en Jerez, quiere aprovechar su momento, aunque no le valdrá solo con la marca, ni con pasear a Inés Arrimadas por la calle Larga las dos semanas de campaña. Todo apunta a que Carlos Pérez, al que podrían conceder otro atractivo destino, no repetirá como líder, y ya hace semanas que se están afanando en la búsqueda de un “candidato independiente de renombre”, así como en la de posibles integrantes de la candidatura ajenos al partido.

Vox, sin apenas historia ni recorrido en la ciudad, superó los diez mil votos en las autonómicas, y ya ha confirmado que presentará candidatura a las municipales, aunque todavía no tengan decidido ni el líder, ni la lista, ni el programa, solo el afán por aprovechar la ola del partido y ampliar su presencia en las instituciones, así como su influencia. 

Los dos, Cs y Vox, han logrado ya lo más importante, captar nuestra atención, pero siguen faltos de la estructura, la fidelidad o la incrustación en la vida social del municipio, que es de lo que sí pueden presumir PSOE, PP e IU, incluso Ganemos Jerez, como activos fundamentales de su posicionamiento electoral. Ciudadanos debería haberlo logrado en estos cuatro años, pero a la vista del intervencionismo con el que ha tenido que actuar la dirección del partido -designación de gestora incluida- no ha sido así, lo que revela igualmente cierta necesidad por evitar el síndrome del caballo ganador, por los peligros internos que acarrea. Podemos, por ejemplo, prefirió sacrificarse en 2015 al negarse a comparecer con su marca en las municipales, antes que perder el control de su organización en el ámbito local.

Vox se enfrenta al mismo dilema, incluso a velocidad más peligrosa que Ciudadanos, por el ritmo al que se han sucedido los acontecimientos y el escaso margen de respuesta o reacción que van a tener hasta mayo. No le van a faltar voluntarios, y eso, que les exigirá más una evaluación de costes que de rendimientos, también puede ayudar a entender el por qué todavía haya quien siga haciendo uso de la política como una tabla de salvación y no como una vocación o un compromiso.

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