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La Pasión no acaba

Amor de madre

Era la hora. El veterano costalero cogió su ropa del cajón de siempre. El costal llevaba dos años dormido, doblado y fiel. La faja enrollaba las horas en la...

Publicado: 24/03/2022 ·
08:59
· Actualizado: 24/03/2022 · 08:59
  • Soberano Poder ante Caifás de la Hermandad de San Gonzalo. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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Era la hora. El veterano costalero cogió su ropa del cajón de siempre. El costal llevaba dos años dormido, doblado y fiel. La faja enrollaba las horas en la cintura de la nostalgia y la morcilla echaba de menos el palo aplastado en las entrañas de la emoción. Todo aquello era su segunda piel. Aquel hombre estaba asomado al abismo del repeluco después de una chicotá de ausencias demasiado larga. Como la pena, como la muerte, como el adiós del ser que le dio la vida.

Nada más calzarse en aquellas zapatillas de deporte y ponerse dos camisetas -la que no lleva mangas sobre la otra- cogió la ropa con una sola mano y la colocó bajo el brazo. No salió de casa sin comprobar que llevaba las llaves, el tabaco y unas pastillas que le tranquiliza llevar consigo como quien lleva la estampa con la cara de su Cristo. Siempre. Una breve pero intensa sonrisa se dibujó en su rostro. Se iba al trabajo, a ese sueño que siendo un niño despertó su afición, su interés, y que desde entonces consagró para sí como una obligación con su fe, con su ciudad, con su capataz.

Se despidió de su mujer y buscó el ensayo con paso firme, con la emoción pegando izquierdos en la mente y con la cara de una hermosa mujer asomada a cada zancada que le conducía a su encuentro con la gloria. En el alma del veterano costalero latía con fuerza el olor de su casa, el aroma del hogar, ese tacto de la piel de las manos de su madre que años atrás le cogía la cara y le pedía cuidado en cada ensayo. La calle Salado sabe muchos de sal de lágrimas.

Cuando llegó a la cita, repartió besos y sonrisas. En cada abrazo sentía el regreso y la ausencia. Algo le decía dentro de sí que estaba a punto de recuperar la vida. Y el llanto.

Llegó la hora. Después de la igualá, sonó la voz peculiar y limpia del capataz del pelo cano y la hombría firme. "Señores, hacerse la ropa que nos vamos". Y un escalofrío gigante, como de chaval que debuta, recorrió el pecho del veterano costalero que le pidió a su compañero de siempre que agarrara el extremo de la faja, que iba a liarse.

Entró en su zanco derecho, primera trabajadera, la de la gente grande. Tenía la mirada perdida al frente, el compromiso con su Cristo Soberano y el pensamiento en el cielo. Ella estaba allí, en lo alto, viendo a su hijo, con aquella sonrisa de marfil y los ojos claros, encendidos como las farolas que daban luz al ensayo.

Metieron riñones y cerró los ojos. Un instante antes del último golpe de martillo, el definitivo, el veterano costalero derramó una lágrima, limpia y salada, de hijo. Y levantó hasta el cielo pensando..."Esto va por ti, Mamá."  Y el paso se fue, como se van los años, como se van las madres. Para siempre.

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