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El flamenco apenas percibe el efecto del ‘sello’ de la Unesco diez años después

Aficionados, artistas, críticos y promotores dudan de que el flamenco haya rentabilizado su reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad

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Este lunes se cumplen diez años de la declaración del flamenco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La Unesco reconocía así los valores del arte jondo, atendiendo una propuesta presentada por España y promovida por la Junta de Andalucía y los gobiernos autonómicos de Extremadura y Murcia. Esa iniciativa tenía también el aval de un buen número de ayuntamientos, que habían aprobado mociones de apoyo; así como de más de 30.000 personas de 60 países y centenares de colectivos y artistas.

Diez años después la sensación es que este reconocimiento apenas ha aportado al flamenco un distintivo de calidad. El cantaor Ezequiel Benítez no ha visto “mucho cambio” a lo largo de la última década, más allá de que entorno a esta efeméride se organicen determinados espectáculos que “dan trabajo dos o tres días”. Por lo demás, ese “premio” que supuso la inclusión en la relación de la Unesco no venía sino a confirmar un reconocimiento que ya existía de facto.

El presidente de la Federación Provincial de Peñas Flamencas de Cádiz, Nicolás Sosa, tampoco cree que en este tiempo se haya “rentabilizado y aprovechado” ese reconocimiento o al menos no se ha hecho “lo suficiente”. Considera “una pena” que en estos diez años no se haya trabajado en aprobar la “asignatura pendiente” de la “profesionalización” del sector. Fundamentalmente se refiere al nivel protección de los artistas, una carencia que se está evidenciando en un contexto tan complejo como el actual, marcado por una crisis sanitaria que limita la celebración de espectáculos. “Cuando ha llegado una crisis como esta se ha comprobado que los artistas siguen desprotegidos por el modo en el que se producen las contrataciones”, apunta.

En este sentido, el propio Ezequiel Benítez constata que algunos compañeros “lo están pasando muy mal”, con problemas para hacer frente a sus gastos cotidianos. “Soy de los que menos se puede quejar porque tengo algunas cosas, un estudio de grabación, una escuela de cante y actuaciones sueltas, pero hay gente bastante mal”, insiste.

Juan Alfonso Romero, promotor cultural, presidente del Centro Cultural Flamenco Don Antonio Chacón y directivo de la Federación Local de Peñas de Jerez, abunda en la tesis de que el reconocimiento de la Unesco “está todavía infrautilizado”, dado que “se podrían hacer muchas más cosas”, aunque se queda con el hecho “positivo” de que al menos se haya logrado que cale en la población la idea de que “el flamenco es algo más”. Parecida es la opinión del crítico Juan Garrido. “El reconocimiento suma y ha aportado una proyección internacional importante, sobre todo a través de determinadas instituciones que han puesto sobre la mesa proyectos, caso de la Junta. Ahora bien, quienes viven el flamenco en las peñas y en los festivales de los pueblos no han notado ningún cambio. Las primeras figuras siguen siendo primeras figuras y los artistas que se mueven en un ámbito más reducido siguen luchando día a día y pasando fatigas. Lo que vivimos ahora es un claro ejemplo, porque hay gente que no tiene ni para pagar la luz o la hipoteca, y no tienen ayudas”, subraya.

Retos y asignaturas pendientes

En estos diez años, Juan Garrido no ha observado “un apoyo claro” de las administraciones públicas para “preservar” la “esencia” del flamenco, que a su juicio debe incidir en primer lugar en “cuidar los barrios” que a día de hoy se encuentran “abandonados”. Singular es el caso de Santiago y San Miguel, cuna de innumerables sagas cantaoras de Jerez. “No se ha puesto en marcha una campaña de concienciación para cuidar la calle Nueva, por ejemplo; y en San Miguel nos encontramos con muchas casas vacías y ocupadas de manera irregular. Además, la droga sigue estando muy presente en estos barrios. Habría que empezar por ahí, porque para que exista el patrimonio inmaterial también debemos conservar el material, que son los barrios y las peñas”, sostiene. 

Nicolás Sosa esboza una estrategia más ambiciosa si cabe para impulsar el desarrollo del flamenco. De entrada, aboga por la “profesionalización” de los artistas, de manera que se garantice que “protección”. A partir de ahí considera “fundamental” que el flamenco se haga presente en las aulas, despertando de este modo la “inquietud” entre los niños, de modo que conozcan su “valor” y lo identifiquen con un elemento “que distingue a la región en la que viven”. Este aspecto es a su juicio clave si se pretende “garantizar el relevo generacional y la conservación” del arte jondo. Pero además considera imprescindible también la protección del tejido asociativo que integran las peñas “y otros muchos agentes que intervienen en el flamenco”, con el objetivo de se les facilite su trabajo. Sosa confía en este sentido en la legislación que sobre la materia está elaborando la Junta de Andalucía.

Juan Alfonso Romero es de la opinión de que esa “declaración abstracta” que supuso el reconocimiento de la Unesco debe ahora concretarse en iniciativas, pasando “de la idea a la acción”. “Es necesario que el flamenco se viva y se toque, que se convierta en una experiencia real, y tenemos mimbres para hacer el canasto”. Desde su visión como promotor cultural aboga por visibilizar a los “grandes autores”, pero también por desarrollar iniciativas encaminadas a que los andaluces en general conozcan lo que el flamenco “ha aportado realmente a cada pueblo y a cada ciudad”. A este respecto considera “muy interesante” que se trabaje en el Museo del Flamenco de Andalucía -que tendrá sede en Jerez- o la apertura del Museo de Camarón de San Fernando.

También aboga por recuperar el papel de las cátedras de Flamencología, sobre todo en el caso de Jerez, donde está “casi desaparecida”. En este sentido cita el ejemplo de la Cátedra de Córdoba, a la que ve “activa, fuerte y dinámica”. Eso sí, no oculta que “a nivel presupuestario, el flamenco está muy lejos” todavía del tratamiento que merecería tras haber sido considerado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Ezequiel Benítez reivindica al flamenco como “la música que representa a España” fuera de sus fronteras, y por eso “hay que cuidarlo”. El cantaor jerezano coincide con la opinión de Nicolás Sosa a la hora de subrayar la conveniencia de que esta expresión artística esté más presente “en los colegios y en las universidades”, pero sobre todo recuerda que es necesario “ayudar a los mayores” que con su trabajo hicieron posible ese reconocimiento internacional y que ahora “no tienen donde caerse muertos”. “Hay que apoyar a los flamencos en general, que también pagamos a Hacienda y que no tenemos pagas ni nada que se le parezca”, lamenta Ezequiel Benítez, haciéndose eco del sentir de un sector profesional que ha visto cómo la pandemia ha cercenado sus vías de ingreso.

 

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