El siglo XXI era un siglo de ciencia ficción para muchos escritores, un siglo de sorprendentes avances científicos e incluso post apocalíptico para la humanidad. Los que caminamos por él aún andamos atentos a que las dos cosas sean posibles. No pensamos que sea un siglo muy de fiar y lo tratamos con recelo. Sin embargo, nunca antes habíamos dispuesto de tanta información y de tanta libertad para contarla. De hecho, hasta nos parece factible que podamos conseguir respuestas a todas nuestras preguntas. Y es cierto: respuestas hay, tantas como para que resulte prácticamente imposible distinguir la cierta. Toda información dispone de su contra información. Lo que se dice hoy se contradice mañana y se vuelve a desdecir. Al final, tanto bombardeo informativo hace imposible informarse.
Tanta dificultad para dilucidar la verdad hace que cada cual elija los informativos y los periodistas que le cuenten la versión más cercana a su ideario político. Otros todavía no se han percatado de que la realidad es ajustable, siguen a sus medios de siempre y creen que lo que se les muestra en ellos es la realidad.
No todos son gentes de fe o poco amantes de los cambios, es que se resisten a admitir que estamos tan manipulados. ¿Sigue valiendo aquello de que una imagen vale más que mil palabras? Bien, pues, ¿qué imagen? Ahora hay cientos de imágenes del mismo hecho. Somos como los personajes de un videojuego a los que se les ofrecen múltiples alternativas.
De vez en cuando se buscan desesperadamente respuestas. Al principio de la crisis todo el mundo quería saber cómo habíamos llegado a ella y sobre todo se buscaban economistas, políticos, augures de cualquier signo, para que nos contaran cuándo terminaría. Queríamos que se identificara la enfermedad, que se encontrara la cura e incluso la vacuna.
Años después de ver a expertos y documentales, es evidente cómo, y quiénes la gestaron. Pero después de sufrir las consecuencias y de que no se le vea final, nos encontramos tan doblegados ante los responsables que les entregamos las cadenas para que nos esclavicen a cambio de un pan insuficiente para quitar el hambre.
Vemos, pero no queremos mirar. Los noticiarios son cada vez más breves y los meteorólogos sustituyen a los periodistas. Tienen programas propios más largos y con más seguidores, hasta cuando hay borrascas encuentran donde brilla el sol.