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Hablillas

Un momento cómico

Francisco Melero emparejó a Cervantes con las interrupciones del móvil, a las que se acude con instantaneidad.

Publicado: 30/04/2018 ·
02:56
· Actualizado: 30/04/2018 · 03:49
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Con motivo del día del libro muchas columnas se escribieron sobre el tema. Quienes echamos un vistazo a los periódicos al anochecer para adelantarnos un poco a la realidad del día siguiente, pudimos comprobar que por muchas descargas que se ofertan con el descuento como arma, el libro se sigue regalando, se sigue usando para vivir las vidas que los autores inventan con verosimilitud para los amantes de la lectura.

Hubo una columna, sin embargo, que sorprendió por su originalidad al disfrazar la rutina, que como tal no le echamos cuenta a menos que se nos señale. Francisco Melero emparejó a Cervantes con las interrupciones del móvil, a las que se acude con instantaneidad, como cuando un niño chico se queja o llora, dejando de lado la conversación o el tema, en este caso, agotando el tiempo, relegándolo para otra ocasión, cerrando la hoja, como escribe.

Es cierto, el móvil hace girar nuestra vida por utilidad adquirida, impuesta en muchos casos por las circunstancias, por la inmediatez. El uso y el abuso dependen del usuario, pero lo cierto es que casi no nos hemos dado cuenta de este proceso evolutivo o, como diría un romántico, de esta esclavitud encubierta. Hace unos años, en las salas de espera había revistas a fin de distraer el tiempo y los nervios. Hoy, si las hay no se les presta atención, ni el brillo del papel cuché  ejerce su atracción, porque una vez sentados lo que se coge es el móvil.

Él nos facilita la forma de llenar el hueco que nos separa de la consulta, la visita o la entrevista, el paso de un tiempo muerto que altera nuestro ritmo diario. De hecho resulta más ameno informar, preguntar y bromear con los contactos, leer un periódico o retomar el capítulo de un libro descargado que hojear y ojear la vida de personajillos que van y vienen según las cifras de un cheque. Chatear es un infinitivo bajo el que no aparece subrayado rojo en la pantalla, un verbo que se conjuga porque está más asumido que reconocido, como cocreta y almóndiga, que sí tienen rayita roja a pesar de haber cumplido más años que quien firma estos renglones.

El caso es que esta conversación escrita resulta entretenida, pero mucho más es la de Messenger, la aplicación que con un doble aviso indica la aparición de un círculo que orla la cabeza del contacto como si fuera la de un santo, una cabeza que da saltos cuando no se atina a hacerla desaparecer por el margen inferior del aparato, un momento cómico, el guiño a un apreciado dibujo animado hecho sin papel ni lápices de colores. Qué cosas.

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