El otoño parece haberse instalado en este rincón cálido del sur, tanto que se resiste dejarse refrescar. El anochecer se impregna con el perfume de la marisma que aún huele a retama seca, a verano. La brisa, en cambio, va teniendo ese toque húmedo que le queda del frío del amanecer, cuando el cielo es naranja, el color del tránsito entre el gris de la madrugada y el azul del mediodía. Son mañanas claras en las que el viento del norte rumorea el tráfico de Tres Camimos, espejea el caño y espanta las nubes, aunque algunas tenaces y traviesas vuelven deshilachadas roseando el ocaso.
La Isla desde su pequeñez tiene estos momentos, estas estampas llenas de belleza que se fotografían como saludo por la mañana o para desear un buen descanso nocturno a los familiares y amigos cercanos o a los lejanos, los que tarde o temprano siempre vuelven para volverse a marchar cargados de alegría y de nostalgia. Porque a pesar del tiempo y la distancia no olvidan el lugar que los vio nacer, el colegio donde estudiaron, los amigos y compañeros que tomaron otros derroteros, las idas y venidas a la facultad y el día en que alzaron el vuelo para seguir progresando.
La Isla, como una madre orgullosa, espera en silencio el regreso. Alegre, tierna y generosa, desde su sencillez les acompaña en sus paseos, mostrándoles sus rincones, los que sus móviles guardan como postales. Ellos disfrutan de los momentos familiares y a veces con otros isleños que la casualidad o las circunstancias les han traído por aquí, propiciando un reencuentro en el que nada han tenido que ver los ajustes de agenda.
Los compromisos, las visitas se cumplen con el sentido puesto en la reunión moralmente obligada, distendida y cordial de las nueve de la mañana, la que huele a café con leche y a churros del 44. Con más de un siglo a sus espaldas, a pesar de la reforma y la pérgola aún parece que al entrar se nos pega el serrín a la suela de los zapatos. Tiene solera y ese olor inconfundible de bar antiguo que lo hace único y especial. Quizás por eso nuestros isleños no dejan La Isla sin desayunar aquí cuando se aproxima la retirada, cuyas cifras, misteriosas en cuanto a su denominación definen su ubicación en la plaza del Rey, al arrullo del chorro de la fuente, el choque de platos de loza y los vasos de duralex, que sin pretenderlo forman parte de la conversación que discurre entre la ciencia y la historia.
Para Antonio y Jesús Campos, Juan Torrejón y José Manuel Revuelta.