Varios redactores del periódico dominical británico The Sunday Times han desarrollado una investigación, que comenzó en 2008, sobre el nivel de corruptibilidad de los miembros de la Cámara de los Lores. El resultado de la indagatoria (aparecido en la edición del pasado 25 de enero) ha sido que cuatro pares del Reino Unido, pertenecientes al Partido Laborista, estaban dispuestos a aceptar dinero a cambio de ejercer su influencia para modificar ciertas leyes. La cosa fue de trampa. Los periodistas se hicieron pasar por representantes de una compañía extranjera que deseaba abrir en Inglaterra una cadena de tiendas. La fingida entidad iba a pagar las maniobras de algunos integrantes de la Cámara Alta para que éstos enmendaran un operativo legal con el fin de poder ahorrarse el abono de determinados impuestos.
De los cuatro que se tragaron el anzuelo, fue Lord Taylor of Blackburn el que más alto se cotizó: 120.000 libras al año. De este sujeto y de otro compinche hay conversaciones grabadas en las que ambos se delatan. Pero no hay papeles firmados ni se efectuaron entregas de dinero. La líder laborista de la Cámara de los Lores, la Baronesa Royall of Blaisdon, ha asegurado que se realizará una averiguación a fondo del galimatías. El ofrecimiento se hizo también a tres conservadores, a un liberal-demócrata y a un unionista del Ulster: ninguno de ellos se prestó al chanchullo.
Por lo visto, en este tipo de intrigas es bastante frecuente que los grupos de presión interesados en maquinaciones legislativas prefieran contactar con los lores antes que con los diputados de los Comunes, ya que la actividad política de los primeros pasa más desapercibida tanto para la ciudadanía como para la prensa, y la conexión partidista se mantiene entre los componentes de ambas instituciones. Es verdad que la Cámara de los Lores posee un valor más bien simbólico en la dinámica parlamentaria: puede, en ocasiones, demorar u obstaculizar (su capacidad de rechazo es prácticamente nula) lo aprobado en los Comunes, pero éstos son los que tienen la última y definitiva palabra.
La Cámara de los Lores viene siendo objeto, desde hace tiempo, de sucesivas reformas que tienden a disminuir sus competencias y a terminar con los privilegios aristocráticos que constituyen su fundamento. El ejecutivo de Tony Blair profundizó en este proceso de transformación. La idea inicial de Blair era la total eliminación del parlamento nobiliario, pero el Partido Conservador amenazó con bloquear la legislatura, por lo que el premier se vio en la necesidad de negociar. Los lores resistieron las embestidas aferrándose a sus asientos de cuero rojo.
Como consecuencia de la negociación, en 1999 fueron obligados a abandonar la Cámara 600 títulos hereditarios, entre duques, marqueses, condes, vizcondes y barones. El compromiso adquirido permitió la continuidad provisional de 92 hereditarios (75 asignados proporcionalmente según adscripción de los lores a cada partido; 15 elegidos por la cámara; más los dos Royal Office-Holders) junto a 614 vitalicios (no hereditarios) y 26 obispos anglicanos, hasta un total de 732 escaños. (Véase: www.parliament.uk /Members & Staff/Breakdown of Lords by party strength and type of peerage). Sin embargo la culminación de este proyecto no va ser un trámite de hoy para mañana, en virtud no sólo de la oposición de los conservadores y de los propios lores sino, así mismo, de toda una embrollada madeja de seducciones políticas e intervenciones diabólicas. Desde 1999 hasta el presente en Westminster hay organizada una fenomenal pelotera de comisiones, consultas públicas, propuestas, libros blancos y discusiones en torno a esta cuestión. Aquellos que tengan ganas y paciencia pueden mirar (con el bicarbonato a la mano) el artículo de Wikipedia Reform of the House of Lords.