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Benjamín de la Cruz

Rafael Sanmartín

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​En un mundo egoísta, ególatra como el actual, no hay lugar para la honradez ni la solidaridad. En el XVI, la Inquisición era enemiga de todo sercapaz de mantener la integridad; como ahora, pero la Inquisición actual, el dinero, es mucho másretorcida. Entonces ibas a la hoguera. Hoy decidensi puedes trabajar o no; para ser esclavizado/a, pese a la abolición de la esclavitud. San Juan de la Cruz, renovador sin protagonismo y hasta sin buscarlo, se vio enfrentado -incrédulo- a poderes exteriores y a su propia Orden. Como hoy, el poder condena a quien busa la verdad. Pensares causa de persecución, entonces y ahora.

​Por eso, porque cada vez hay menos filósofos, porque desaparecen los pensadores, porque no queda quien recuerde al mundo la falta de moral, por eso los clásicos son tan actuales. Y, por clásico y por actual, Benjamín Soriano se mete en la piel de Juan de la Cruz y sufre cautiverio, represión ycastigo con él. Porque vive en un mundo en que el teresiano, si estuviera aquí, volvería a ser eliminado, incluso de forma más sofisticada que entonces. En el XXI, el Hermano Juan sufre como en el XVI a través de los poros de Benjamín, capaz de convertirse en él temporalmente, porque lo llevadentro todo el día.

​Juan de la Cruz, ejemplo de honradez, desprendimiento y estoicismo, es hoy tan necesario como entonces. Y sufriría como entonces. O más, porque hoy somos más “refinados”. Una lección de siempre. Religión aparte. La religión era la ética, la filosofía del momento; por algo Tomás de Aquino o Siguer de Brabante, siguieron a Averroes. Benjamín Soriano, actor y director, pone en escena a San Juan de la Cruz con delicadeza, energía, rigor y elegancia. Y ayuda a comprenderlo. Juan podría ser cristiano, budista o baha´i; es, ante todo, un hombre íntegro, consecuente. Como Confucio, como Mahoma, como José Martí, Gandhi o Blas Infante. La guerra, no. Las armas, no. La represión, el confort, la sensación de bienestar, enterraron elespíritu de lucha, la entrega a los demás, la integridad, para traer un “nuevo estilo”, hecho de egoísmo insolidario.

​Benjamín Soriano, enamorado de la capacidad humana del personaje, junto a una interpretación magistral y una impecable puesta en escena, refleja la grandeza de quien se da a los demás, quien se sacrifica por los demás. Quien, frente al egocentrismo dominante, es capaz de mantenerse, porque es incapaz de comprender el motivo de tanta incomprensión. San Juan de la Cruz es una obra conseguida, moderna, artística, una metáfora, un reflejo fiel de dos épocas: aquella y esta. Un montaje válido en todo momento y lugar, más hoy, ahora mismo, en que tanta falta haría un Juan –o mejor, muchos- capaces de sentir, de sufrir, y hasta de inmolarse por la libertad de sus semejantes. Y todo con humildad, para destacar por sus méritossin buscar protagonismo. Juan de la Cruz luchó por los vencidos, la inmensa mayoría. Por eso es más necesario recordar su vida. Y más meritorio si se nos recuerda con la fuerza expresiva de un maestro del Teatro actual.

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