Muy queridos todos:
Como cada año, esta tarde nos podremos ver en la cabalgata que sale por las calles de vuestra ciudad. Y esta misma noche, tras visitar al Niño Dios y ofrecerles nuestros presentes, pasaremos en silencio por la casa de cada uno de vosotros. Sí, en silencio. Y en esta ocasión –contra nuestra voluntad– más en silencio que nunca, porque la crisis, que también nos afecta (¿qué pensabais, que no tenemos problemas con la administración de los reales recursos?) nos ha obligado a ser bastante más austeros a la hora de regalar.
Como siempre, nos han llegado –aunque en menor cantidad, a decir verdad– muchísimas cartas con multitud de peticiones: juguetes los niños, productos de primera necesidad, caprichos y algunos lujos por parte de los mayores. Pero también nos han pedido otras cosas muy necesarias: trabajo, salud, amistad, reconciliaciones, esperanza… De todo lo primero, lo material, aseguramos poco. Pero de lo demás, lo realmente importante si os paráis a pensar, os garantizamos que podéis contad con ello. Sólo tenéis que desearlo de corazón, con todas vuestras fuerzas, y el Niño al que vamos a ver, que es el Todopoderoso, os lo concederá. Como todo lo material, si es que de verdad os conviene.
Por tanto, sed comprensivos, no desesperéis. Dad por hecho que cuando entremos, llenaremos de bendición vuestras casas. Pero comprendednos, hay cosas que no podemos conseguir. Os invitamos este año a una reflexión: recordad a vuestros mayores. Preguntadles cómo vivían ellos cada 6 de enero, cuando vuestro país acababa de salir de una guerra y no había ni para comer. Y eso no era memoria histórica, sino Historia de verdad, la auténtica. Preguntadles a ellos cómo vivieron su niñez, su juventud, si tenían ropero y despensas llenas…y ahora sólo hallaréis motivos para dar gracias a Dios.
Os ha tocado hasta ahora un tiempo próspero. Pero no siempre fue así. Ha comenzado una época de vacas flacas, mas los hombres auténticos se forman en la dificultad. Nunca se hizo nada grande, ni nada hermoso, ni nada que mereciera la pena, sin sacrificio. Paraos un poco a pensar.
Además, ¿de qué vale la acumulación de cosas materiales cuando se tiene vacío el interior? Vemos a menudo a personas obsesionadas por tener más de lo necesario, de lo que les permitiría vivir sin dificultades, y no son capaces de llenar su vacío ni con propiedades ni con riquezas, porque viven de cara a la galería, necesitados de la “envidia” de los demás para creerse importantes, para sentirse superiores por lo que atesoran. Y son, en realidad, los más pobres, los más necesitados, los más estúpidos y vacíos, y los más insensatos…¿Se podrán llevar algo a la tumba, a donde todos vamos como nuestra madre nos trajo al mundo más tarde o más temprano?
Por eso, queridos, recordad aquello de “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”, y tendréis paz de espíritu si lo tenéis como principio de vida.
Y ahora, que se nos hace tarde, nos despedimos con un afectuoso saludo. Recordad: sed fuertes, sed pacientes, sed solidarios y tened mucha fe.
Melchor, Gaspar y Baltasar.