El día culminó con normalidad pese a la incertidumbre inicial con la que arrancó
El de ayer fue el Lunes Santo en que maduró la hermandad de San Pablo. El día de su mayoría de edad ‘capillita’. La jornada en que los hermanos del Polígono demostraron saberse la lección de serenidad con la que Sevilla enseña a sus nazarenos, costaleros, acólitos y monaguillos a no ‘desvariar’ cuando la amenza de lluvia acaba con la ilusión de todo un año el día en que sale su cofradía.
A la hora justa de la salida, San Pablo cerraba las puertas del Lunes Santo en su barrio. Ni prórroga, ni itinerarios alternativos, ni plásticos sobre el techo del palio de la Virgen del Rosario. No se sale.
¿Se precipitó el Polígono con esta decisión? Cada cual tendrá su respuesta. Pero lo cierto es que debió pesar mucho sobre la decisión de ayer esa estampa de la imagen de Álvarez Duarte empapada por la tromba de agua que sorprendió el año pasado a una temeraria cofradía en Luis Montoto. Nada de jugársela: este Lunes Santo, San Pablo se quedó en el Polígono. Sobre la jornada comenzó a planear la sombra del ‘efecto dominó’ amenazando con dejar el día sin cofradías en la calle. Tocaba mirar al Tiro de Línea.
Desafío cumplido
Merecía la pena hacer un esfuerzo por llegar pronto a Santa Genoveva. Primero se decide aplazar la salida. Pero las caras en la calle Romero de Torres son distintas a las que se veían en el Polígono. A las 13:36, el Tiro de Línea anunciaba que desafiaba al gris del cielo con las puntas de lanza negras de los capirotes de sus nazarenos. El Cautivo sale. El Lunes Santo comenzaba a recuperar el pulso.
Santa Genoveva es Semana Santa pura. ¿Dónde, sino en la Avenida de los Teatinos, puede verse un barrio entero rendido ante el único arma que tiene el Cautivo para vencerlos: la dulzura de su mirada perdida?
Con el palio de la Virgen de las Mercedes -y su original exorno floral- en la calle, le llegaba el turno al Rocío. A la hora de su salida, en la calle Santiago no hubo concesión alguna a la duda. La cofradía también se echaba a la calle en el año en el que se conmemoraba el cincuentenario de la primera salida de su Dolorosa, pasando a la vuelta por los jardines de Murillo en busca del templo del que salió por primera vez: Santa María la Blanca.
La multitud empezaba a tomar las calles al conocer que, tras la duda, se recomponía la jornada. Como un desplante a la incertidumbre del tiempo, las calles se llenaban de una marea más propia del Domingo de Ramos que del Lunes.
En San Gonzalo no hubo para recibir a su cofradía. ¿Hizo falta? La Virgen de la Salud se encargó de ‘blanquear’ los naranjos con su palio, y de serenar una jornada que ya vibraba con el misterio trianero más aplaudido de la Semana Santa.
Tres horas después, las campanas de San Andrés comenzaban a doblar a duelo. Salía a la calle el misterio del traslado al sepulcro, casualidad providencial, en el día en el que la liturgia de la Iglesia proclama el pasaje de Marta en el Evangelio de la misa. Solemnes los jacintos morados que exornaron el misterio.
Con Santa Marta en la calle, ya todo tomó un giro de normalidad. La Vera Cruz procesionó con todos los cirios de su cofradía unificados al verde corporativo de la hermandad que reorganizó, entre otros, el recordado Antonio Soto Cartaya. Muchas bullas a la llegada al Duque de la cofradía franciscana.
En San Vicente, el rito cumplía una de las salidas más hermosas de la Semana Santa. Tejera tocaba ‘Jesús de las Penas’ para recibir al Señor caído que le da nombre. Cuando todo parece desbordado por un público cada vez menos respetuoso, ‘chillón’ y maleducado, Cardenal Cisneros fue como un oasis en medio del desierto de trivialidad en el que se convierten el paso de algunas cofradías.
La Virgen de Guadalupe estrenó la renacida niñez de su rostro tras la restauración a la que ha sido sometida por su escultor. Ni el dorado del paso completo del misterio de las Aguas pudo ensombrecerla en medio de un Arenal abarrotado en el que se mezclaban los espectadores de la cofradía del Dos de Mayo con los que ya hacían hueco -¡ay, la ‘sillita’!- para esperar a San Gonzalo.
A esta hora, ya no se dudaba de que el Museo no saliera. La cofradía decana del Lunes Santo completó un epílogo tardío que logró salvar milagrosamente hasta los tiempos de paso por carrera oficial. Ayer acabó venciendo a los cielos la sencillez que tienen los días laborables de la Semana Santa. Hoy también se mira al cielo. ¿Se repetirá la epopeya?