La situación que padece el Área de Bienestar Social clama al cielo ante el desbordamiento de un sistema que ya no da más de sí y que empieza a rebosar. Boicoteado institucionalmente por el propio equipo de Gobierno, el que alienta a propios y extraños a reclamar ayudas, a facilitar -a tenor de lo denunciado por sus propios trabajadores- datos y documentaciones y a confrontar demandantes con profesionales que deben guardar y hacer guardar, como empleados públicos, de un procedimiento que colapsa un departamento que debiera estar para algo más que de apagafuegos de unas políticas irresponsables que incitan a reclamar asistencia día sí y día también.
El caos con el que convive Bienestar Social no es más que el fruto de la incapacidad del que prefiere vender humo y bondades y trasladar su problema a otra ventanilla tras las promesas dadas. El populismo se sustenta de la palabrería fácil y el compromiso irresponsable de simplificar un gran problema en un sencillo “pide y recibe”.
La frustración ciudadana choca con una administración que reclama respeto y dignidad para unos profesionales que no son más, junto a los que acuden a reclamar una ayuda, los grandes perdedores de una cadena que padece la sinrazón de una situación caótica y enrevesada, que en vez de buscar soluciones busca cómplices que carguen con un problema que retrata las penurias y las políticas, peligrosas, de la ineptitud.