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Jueves 18/04/2024  

El cementerio de los ingleses

La pieza clave y el eructo del odio

Sin árbitro no hay partido, no se decreta el inicio ni el fin, no se señala el descanso ni se sancionan las infracciones al reglamento

Publicado: 08/06/2022 ·
13:40
· Actualizado: 08/06/2022 · 13:40
Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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A veces, la pieza más importante es también la más infravalorada, incluso vilipendiada. Da igual que hablemos del montaje de un mueble, de una obra de ingeniería o de un plan divino. Valgan como ejemplo la llave Allen en los muebles de cierta fábrica sueca, ese rodillo de la correa de accesorios del coche o hasta el traidor Iscariote en la pasión y muerte de Cristo. Tan variado es el abanico de situaciones en que podemos aplicar la primera frase de esta columna que no se iba a escapar algo tan importante y banal al mismo tiempo como es el fútbol: se infravalora al árbitro, hasta el punto de increparle, acosarle y amenazarle. Y eso que, si no hay árbitro, no hay fútbol.

Toda esta perorata viene a santo del caso que he conocido esta semana por un amigo cercano. Un chaval aún adolescente al que llamaremos Pepe (nombre ficticio) deja el arbitraje por no sentirse a salvo cuando realiza su imprescindible labor en el terreno de juego. Sin árbitro no hay partido, no se decreta el inicio ni el fin, no se señala el descanso ni se sancionan las infracciones al reglamento. Y la importancia del arbitraje hace necesaria una cantera de trencillas que puede verse mermada si, como Pepe, muchos futuribles colegiados abandonan el arbitraje por la inseguridad que viven cada fin de semana.

Cuando hablamos de árbitros, todos pensamos en el que vemos en televisión, en partidos profesionales y en estadios donde no falta la cobertura policial y la seguridad privada para atenuar lo máximo posible los incidentes que puedan acaecer. Sin embargo, Pepe arbitra en partidos de infantiles, cadetes y juveniles; en campos pequeños donde si hay un guardia civil es porque esté viendo jugar a su sobrino. Y la cosa se pone seria cuando, en un partido que debería ser formativo y una lección de valores deportivos y cívicos, se profieren insultos y amenazas (o se producen agresiones) a un adolescente que se encarga de aplicar el reglamento y que, precisamente, no deja de ser otro niño en pleno proceso de formación.

Es tan triste como asqueroso que haya energúmenos que no sepan estar en este tipo de partidos; gente que no va a ver jugar a sus hijos, sino a desahogarse de una vida de mierda. Gente que no apunta a su vástago a fútbol para que haga deporte o se divierta, sino para vivir sus ilusiones a través de los niños o “a ver si el chiquillo me saca de pobre”. Esa gente que exhorta a su retoño a pisar la cabeza del rival, olvidando que este último también es compañero. Esa gente que, con insultos, amenazas y agresiones, rompe las ilusiones de los Pepes y Pepas que sueñan también con el fútbol aunque de otra manera; los niños sueñan con jugar una final de Champions, Pepe soñaba con pintarla. Ahora está de moda lamentar que se pierdan los valores y culpar de ello a las nuevas generaciones; sin embargo, olvidamos a estos “adultos” que apestan a cerveza y eructan odio desde la grada en un partido de alevines. Qué asco.

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