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‘The lady in the van’: ¡Arsénico por compasión!

Si en lugar de poner el énfasis en lo pintoresco, lo excéntrico, lo sentimental y hasta lo escatológico, lo hubiera hecho en un retrato en negro habitado por el cinismo y la ironía, todos los espectadores habríamos salido ganando...

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Viendo esta película británica -de 104 minutos de metraje, dirigida por Nicholas Hytner, escrita por el protagonista real de la historia, Alan Bennett, fotografiada por Andrew Dun, con la banda sonora de George Fenton, en la que suenan excelentes piezas clásicas, con la buena, e impersonal, en este caso, factura marca de la BBC, fechada en 2015- quien esto firma ha añorado enormemente a las dulces, compasivas y encantadoras ancianitas, tías de Cary Grant, de la magistral ‘Arsénico por compasión’, de Frank Capra.

Narra una peculiar situación sobrevenida al autor mencionado y que se prolongó durante quince años. Una mendiga octogenaria y senil aparcó con su furgoneta -el lógico título castellano sería ‘La dama de la furgoneta’- tras varios intentos fallidos en un vecindario tan reticente como bienintencionado, en el acceso a su casa londinense. Esta circunstancia le cambiaría la vida y también ciertos esquemas.

El realizador, a juicio de quien esto suscribe, ha desaprovechado penosamente la oportunidad de transmitir una mirada crítica sobre una sociedad clasista, hostil al-la diferente, llena de prejuicios especialmente frente al trinomio pobreza-senilidad-marginación. Sobre todo si se encarnan, como en este caso, en una mujer. Lo mismo puede decirse respecto a las culpa y represión sufridas por la protagonista. Por cierto,  excelsa, como es habitual en ella, Maggie Smith, aunque muy superior al personaje, plano y lineal.

Tan plano y lineal como el tratamiento de la historia  Como la realización y la propia escritura, a las que le sobran metraje y reiteraciones. Solo a veces, muy pocas, se intuye la película que podría haber llegado a ser. Si en lugar de poner el énfasis en lo pintoresco, lo excéntrico,  lo sentimental y hasta lo escatológico, lo hubiera hecho en un retrato en negro habitado por el cinismo y la ironía, todos los espectadores habríamos salido ganando.

Tampoco el desdoblamiento del actor principal -un correcto Alex Jennings, paciente hasta lo inenarrable- funciona, porque no crece, ni se desarrolla, sino que se repite. De hecho, Jim Broadbent se lo merienda sin problemas en su breve aparición. Su pretendida sutileza no es tal, sino obviedad, aunque en ocasiones tenga destellos del mejor humor británico.

En resumen, si se conforman -lo que es muy legítimo…- con un producto de factura cuidada, buenas fotografía y música, pinceladas sociales críticas, divertido a veces, lleno de buenos sentimientos, y que no les ofenda la inteligencia, no se la pierdan. Si son más exigentes, quien esto firma se atiene a lo escrito. La pelota, en sus tejados.

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