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CinemaScope

Jerry y Marge, bajo el espíritu de Frank Capra

La última película del irregular David Frankel está plagada de tan buenas intenciones que puedes terminar por perdonarle sus evidentes carencias

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Decía Cabrera Infante que el cine solo se dividía en dos categorías, “películas buenas” y “películas malas”, y que, “todo lo demás, es literatura”. He aquí un ejemplo concreto: La fórmula ganadora de Jerry y Marge -horrorosa traducción del tampoco muy afortunado Jerry and Marge go large-. Buena o mala en función del espectador o, más aún, en función del ánimo del espectador. En el fondo es una mala película, pero bajo el ánimo adecuado, y desde cierta benevolencia, también puede considerarse una buena película: no hace daño y logra entretener en su bien delimitada hora y media de metraje, bajo la candidez de su mensaje y el talento natural que desprende esa impagable pareja formada por Bryan Cranston -el inolvidable Walter White- y Annette Bening -una de las actrices de Hollywood que mejor ha sabido envejecer en la pantalla-.

Digo que en el fondo es una mala película porque, pese a tratarse de una comedia amable, no aprovecha del todo los recursos del género, en especial en lo concerniente a los secundarios, que tienen una función excesivamente plana, y se entrega al estereotipo sin remedio, como ocurre con el personaje del joven universitario, sin olvidar esos tediosos fondos musicales de relleno -una moda tan reciente como molesta- que tan poco aportan al conjunto.

Y sin embargo, estamos ante una película tan plagada de buenas intenciones que puedes terminar por perdonarle todas esas carencias, ya que acierta en el tono de una puesta en escena que recuerda con agrado -salvando las distancias- la sabiduría emocional sobre la que Frank Capra construía sus historias. Ese regusto está presente y logra remitir al espíritu de aquellas historias protagonizadas por buenas y malas personas en las que siempre prevalecía el convencimiento de que solo las primeras daban sentido al mundo en el que vivimos.

Aquí se trata de un economista recién jubilado que ha descubierto un fallo en el procedimiento de los botes de la lotería y establece una fórmula matemática para ir acumulando premios menores que terminan convirtiéndose en una fortuna con el paso de los sorteos y, asimismo, en la base de un plan para contribuir a la mejora de sus conciudadanos. Dirige un hasta ahora irregular David Frankel (El diablo viste de Prada) que, sin alardes, se permite dar cierto sentido a un mermado guion.

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