En España, no nos ponemos de acuerdo ni en la fiesta nacional
Acaba una semana europea. No sé si empieza un largo periodo francés. En la cultura televisiva de instantaneidad en la que vivimos se puede esperar cualquier cosa. No frivolizo pero subrayo que la agenda del impacto la marcan las televisiones y ha sido un hecho estos días aciagos de información impactante y monotemático. En el lanzamiento de los nuevos líderes políticos, llamados emergentes con un lenguaje de submarinismo –emersión e inmersión-, ha sucedido lo mismo. Han subido o bajado a golpe televisivo.
El epicentro del nuevo espíritu europeo ha estado más en el estadio de Wembley que en el Palacio de Versalles. En el primero los futbolistas entrelazados en el campo y en las gradas las gargantas emocionadas cantando la Marsellesa –la mitad con acento inglés- ha sido más prometedor que el acto solemne del parlamento francés reunido en Congreso, como en los buenos tiempos de la guillotina, declarando la guerra al difuso Estado Islámico, que mata y destruye personas y patrimonio cultural por el gusto de aterrorizar. Es otra forma de terrorismo: la del mensaje a Occidente del escarmiento preventivo o la siembra del pavor anticipado.
En la Gran Bretaña acababan de terminar ese periodo de amapolas en las solapas que llevan cada año todos los políticos y los ciudadanos de a pie que les apetece y que conmemora el armisticio de la Gran Guerra –la Primera Guerra Mundial- aunque luego vino otra aún más grande. El día 11, a la hora 11, del mes 11, todos los países que participaron en aquel primer conflicto de la globalización, de enfrentamiento de los imperialismos, recuerdan los sacrificios de todos los combatientes que murieron en ella.
Nosotros, en España, no nos ponemos de acuerdo ni en la fiesta nacional porque algunos innovadores creen que descubrir el Nuevo Mundo sólo fue el inicio de un premeditado crimen universal, como si ésa hubiese sido la intención del pobre Colón y su tripulación. Bien sabido es que, como se canta que en Cádiz en carnaval, fueron a America por las apetecibles papas de Sanlucar de Barrameda. Los que quieran saber de nuestra dislexia histórica que lean a Santos Juliá en Historia de las dos Españas o a Álvarez Junco en Mater Dolorosa.