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Tengamos la fiesta en paz

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No hay manera. Por más que la Policía o la Guardia Civil detengan etarras, desarticulen comandos y cúpulas dirigentes terroristas, descubran zulos y requisen arsenales, no hay manera de tener la fiesta en paz. Cuando las Fuerzas de Seguridad del Estado acaban de proceder a la captura de la mayor cantidad de explosivos en manos de ETA, en una espiral de éxitos contundentes contra la banda, algunos dirigentes del PP, portadores del tarro de las esencias, siguen empeñados en denunciar imaginarias fisuras en la lucha antiterrorista, recurriendo sin rubor alguno al disparate.

Que Mayor Oreja, el malogrado aspirante a la sucesión de Aznar, señale permanentemente al Gobierno como cómplice de los terroristas, es algo descontado en el rifirrafe marginal que mantienen Gobierno y oposición. Que se intente reescribir la historia de la lucha antiterrorista no tiene tanta importancia a la vista de los testimonios registrados. Pero, que toda una secretaria general del primer partido de la oposición, aspirante a la presidencia de Castilla-La Mancha, compare la imagen del etarra Troitiño celebrando su liberación con la del vicepresidente primero y ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, es un claro indicio de que el PP no está dispuesto a renunciar a la lucha antiterrorista como arma electoral. Parece como si no confiaran en sus posibilidades de éxito, como si no le pareciera suficiente el desgate gubernamental para garantizarse el triunfo, como si el argumentario social, político y económico que ofrece la situación del país no le proporcionase las armas adecuadas para alcanzar el poder en las próximas citas con las urnas.

Decíamos hace unos días que, frente a la situación de crisis, sería bueno conocer las propuestas del Partido Popular para luchar contra ella. Y, sin embargo, salvo alguna declaración de principios a favor de las PYMES, casi todo lo que nos llega son sucesivas declaraciones que ponen en entredicho el sentido de Estado de un partido clave para el gobierno del país. Cuando no se desanima a los mercados, se cuestiona la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o se pone a los Tribunales de Justicia en tela de juicio. La actuación de unos y otros se da por buena en función de contra quien vaya dirigida, la presunción de inocencia depende de la adscripción política del sujeto. Si se el investigado es un popular, el/la policía o la/el juez quedan cuestionados en su dignidad y honorabilidad. Cuando parece que se inicia una senda de colaboración, surge la voz del pasado para cuestionarlo todo, sin argumentos, sin prudencia.

Por cuestionar, se cuestionan hasta los acuerdos los organismos internacionales a los se utiliza también a conveniencia. El momento no necesita ni de agoreros que oscurezcan el futuro, ni oportunistas empeñados en retrasar la marcha. Es el momento de los estadistas, que sepan distinguir entre los programas a debatir en la contienda electoral y los asuntos de estado que exigen consenso y discreción, que entiendan que el respeto a las instituciones del Estado, la política exterior y la unidad en la lucha contra el terrorismo, deben quedar fuera de la confrontación electoral, para fortalecer la democracia, nuestra imagen exterior y la unidad de los demócratas.

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