Marta cogía todos los días el bocadillo de Irene antes del recreo, se lo tiraba porque “estaba gorda y así no iba a ser una de las chicas populares del colegio”. Además, Marta obligaba a Irene a correr durante todo el recreo, “tenía que estar en forma para ser parte del club”. Irene sufrió acoso escolar durante toda su etapa de Primaria y Secundaria. Era “la chica rara” y todos se metían con ella. Marta tiene ahora veinticinco años y asegura que por aquel entonces, cuando tenía unos nueve años, “no sabía que estaba haciéndole bullyng a quien llamaba amiga”. A Irene le escribieron canciones humillantes, la perseguían hasta su casa y le mandaban notas en clase insultándola, pero “eran cosas de críos”, eso al menos era lo que afirmaban desde el centro.
“No me gusta hablar de esto, me da vergüenza reconocer que fui partícipe. Si pudiera de alguna manera reparar el daño que le hice, lo haría sin ninguna duda”, Marta no llegó a ponerse en contacto después de aquellos años con Irene, “pero si me la encontrase le pediría perdón aunque no sé si me entendería”. Marta no comenzó con las burlas, pero las siguió y no lo denunció. “Fui una más, aunque no la principal instigadora, lo hacía porque todos lo hacían y porque pensaba que, si no me comportaba así, me lo harían a mí”.
El acoso escolar o como actualmente se le conoce, bullyng, es una lacra social que con los años ha ido a más y que se ha multiplicado a raíz de la pandemia y la proliferación de las redes sociales entre los adolescentes, una conducta repetitiva e intencional que persigue intimidar, someter y aislar emocional y/o físicamente a otra, que “se da cuando hay un desequilibrio de poder entre víctima y acosador, y cuando estas se prolongan en el tiempo”.
En cuanto al acosador, la psicóloga Ana López, asegura que no hay un perfil único. “Antiguamente podía relacionarse con hijos provenientes de familias desestructuradas, pero también se puede dar el caso de ser hijo de padres sobreprotectores, o ausentes, incluso el estar expuestos a series y videojuegos que no corresponden con su edad también puede llegar a normalizar la violencia entre los adolescentes”. Enseñar habilidades sociales y sensibilizar a la población es clave. “Los niños acaban viendo el bullyng como algo normal por cómo suelen tratar los medios este tema, y ellos terminan replicándolo”. El hecho de llamar a las cosas por su nombre es fundamental, “no son cosas de niños, el que acosa a otro, lo está maltratando”.
El acoso también cambia con el paso del tiempo, y lo que antes sucedía solo en el centro educativo, ahora también ocurre a través de las pantallas. “La casa deja de ser zona de confort, porque el bullyng continúa por las redes sociales, llegando a ser un acoso continuo durante las 24 horas del día, no hay periodo de descanso ni testigos que puedan decir basta. Tampoco se puede caer en el error de quitarle el Internet a la persona acosada porque esto la victimiza aún más”, explica Juan Manuel Pantoja, presidente de la Asociación Provincial de Cádiz para la Prevención del Acoso Escolar, una entidad que lleva seis años trabajando desde la prevención en un programa compuesto por diversos profesionales y expertos en la materia, para establecer las herramientas adecuadas para la resolución de los conflictos derivados del acoso escolar.
Cuando la víctima empieza a somatizar los efectos del acoso ha pasado ya un tiempo prolongado, “pueden llevar incluso años sufriendo, y la cuestión es que hoy en día se invierte en protocolos de actuación que se llevan a cabo cuando ya el hecho está consumado, y no se está dando importancia a la prevención”. Desde la entidad que preside Pantoja, se le dan al menor las herramientas sociales necesarias para que la víctima pueda defenderse bajo la asertividad para que deje de ser el objetivo de los acosadores y quitarse la etiqueta de débil. Hay comentarios que se deben evitar, “si en casa les dicen no digas esto o serás un chivato, nunca acabaremos con el acoso, al igual que la frase de lo que pasa en el patio se queda en el patio ”.
Imitar al intimidador es fácil, “los testigos colaboradores potencian la acción del acosador, pero es que además hay un porcentaje importante de niños que han sido víctimas y luego se vuelven acosadores”. En el bullyng hay que tener presente las tres erres; ridículo, resentimiento y revancha. “Cuando se margina socialmente, el menor comienza a somatizar y descarga su rabia con su círculo más cercano, a menudo busca revancha para satisfacer su resentimiento buscando un objetivo con el que mofarse con un perfil parecido al suyo”. Las familias están abandonando el rol educativo, dándoles las riendas al centro, “los colegios están para enseñar, no para educar, eso es competencia del hogar, los padres de los acosadores pueden percibir la conducta de sus hijos, algunos lo niegan porque creen que han fallado como agentes socializadores, por eso a veces se invisibiliza la existencia de un mal que puede llegar incluso a matar”.
El ‘ciberbullyng’, la forma de acoso que aumentó con la pandemia sanitaria
Durante el confinamiento, el acoso abandonó las aulas para ocupar las redes sociales, aunque no hay datos oficales, se estima que durante los meses más duros de pandemia, el acoso que más creció fue el ‘ciberbullyng’, aunque el principal sigue siendo el acoso psicológico. Según datos de la fundación ANAR, el ‘ciberbullyng’ representa casi el 25% de los casos totales de acoso escolar, siendo la principal vía los mensajes a través de WhatsApp e Instagram. Durante la crisis sanitaria, los bulos en torno a si un menor o la familia de este habían padecido el virus, fueron el eje central para someter al acosado.