Lo siente en lo más profundo, sacando el azúcar de su palabra y su idea a los movimientos en escena. Qué exquisitez plasmada en esos trazos que los más sabiondos del mercado dirán que no es flamenco. Que lo digan, de acuerdo. Qué aclaren, no obstante, qué es. Es cierto que la faceta de Rocío es mucho más diversificada y creativa. Pero por no ceñirse sólo al arte jondo no deja de ser flamenca por los cuatro costados. Ha renunciado, no obstante –con perfecto criterio–, a hacer caso al sota, caballo y rey de los tradicionalistas.
Los trece números se articulan con el arte más exquisito como trabazón. Desde el Vértigo inicial, con Rocío de pie en la silla, hasta la Tortura final, de rodillas con una cortina de oro cayéndole encima, todos los protagonistas salen a la palestra del Villamarta con un sentido muy claro de lo que habría de exponerse ante el público.
La obra tiene muchos momentos destacados, al punto que bien podría decirse que ninguno tiene desperdicio. Otro de los valores de Oro Viejo radica en su permanente emoción, de ahí que incluso resultara corto. Y puestos a destacar, qué decir del pasadoble que se marcan los bailaores y la protagonista, con un aire simpático, desprendido del olor a rancio de estas marchas en una plaza taurina; o qué comentar de La falsa moneda, con voz en off de Imperio Argentina, con una Laura Rozalén sembrada de talento.
La Guajira marca un punto de inflexión en el devenir de Oro Viejo, con Rocío Molina haciendo movimientos escalofriantemente bellos, similar, en algunos aspectos, al de las milenarias danzas orientales, con una perfección en las articulaciones de brazos y piernas, yendo en total armonía con la música. El baile del abanico dejó esa impronta plástica que de forma esporádica tiene uno la suerte de percibirla por los cinco sentidos.
El humor también estuvo presente dentro de este tributo al paso del tiempo y la llegada de la vejez en el divertido juego en el banco (del que la imagen inferior da un claro testimonio) o el paso a dos, de igual factura cómica, de Moisés Navarro y David Coria. Geniales.
Un momento estelar fue escuchar una grabación de La Piriñaca cantando por tonás que dio un toque de emoción y melancolía más a la obra, si bien los audiovisuales, por motivos técnicos –cuando la intención claramente era fabulosa– no ayudaron a ello. Pero la magia del ambiente y la esencia de las artes escénicas que salieron a relucir, se impusieron a esas pequeñas deficiencias que nadie tendrá en cuenta.
A la apoteosis nocturna del Villamarta contribuyeron, asimismo, los músicos del elenco: Rosario Guerrero La Tremendita al cante; Paco Cruz y Rafael Rodríguez Cabeza a las guitarras; Sergio Martínez a la percusión; y Bobote y El Eléctrico a las palmas.
Una noche para guardar en el cofre de los recuerdos más apasionantes y sentir en el alma algo tan delicado y grande como el genio de las artistas creativas y originales, con un corazón tan valioso como ese oro viejo que, espolvoreado, cubrió de ternura y arte a Rocío.