¡Pues la crisis otra vez!
Es lo que nos preocupa a todos. A veces, por más que se busca, siempre acaba por ser el más adecuado el tema que es materia de la preocupación de todos...
Los más conspicuos economistas y muchos de los financieros practicones, con credibilidad los unos y los otros, nos amenazan con que hay que cambiar el sistema financiero y que está a punto de ver la luz un nuevo capitalismo porque éste que tenemos se muestra incapaz de ayudarnos en estos tristes momentos e, incluso, es el que ha provocado lo que tenemos. Mentira una cosa y mentira la otra; no es que sea incapaz: es que lo ha sido desde su instalación. Pero ésta es otra cuestión que necesita mucho más espacio del que se me permite en estos trabajillos rápidos. Si se me diera, lo explicaría muy llanamente, a la medida de todos los lectores, incluso los legos en esto de la economía. Es el caso que todos ellos coinciden (y si coinciden, ¡mala cosa!) en que debemos de adoptar un sistema más cercano al keynesianismo que todos habíamos creído difunto y enterrado. Desconfío de él por su fabianismo; pero más aún porque se implante en España.
Nuestra economía no está para gollerías y piruetas de este jaez. Porque, sabedlo, un sistema que volviese a los predicados de Keynes sería fatal en la España de hoy. No quiero dar por sabido cuáles son las más primarias de las teorías keynesianas, por lo que diré así, a bote pronto, que predica la bondad de la intervención del Estado (y, claro está, del gobierno de la nación) en materia económica. No puedo extenderme más por las mismas razones de economía de espacio.
Pero… ¿os imagináis lo que puede ser una tal teoría aplicada en España? Sólo podemos hablar por lo que hemos visto hasta la fecha (que se prolongará en el tiempo por la simple mecánica del planteamiento ideológico de los partidos). Y lo que hemos visto es que allí donde mete su manita delicada el gobierno que nos desgobierna, las cosas se estropean, van mal, muy mal. Lo cual nos hace temer (con sobrado fundamento) que si ahora permitimos que el Gobierno nacionalice y controle las grandes sociedades y, además, les dejamos que creen lobbys de poder económico estableciendo empresas a diestro y siniestro y controlando muy de cerca todo el tráfico económico de la nación, vamos a sufrir el mayor de los descalabros a que podremos enfrentarnos. Nunca se han mostrado con capacidad para gerenciar y administrar empresas con visión económica que tenga en cuenta las auténticas necesidades de la sociedad del país: recordemos las experiencias de, por ejemplo, Telefónica; o la gestión de la Seguridad Social, de la Hacienda Pública (y de esto tendrían mucho que decirnos los inspectores de tributos). Despilfarran los fondos públicos en sus puestos en los que se atrincheran como reyezuelos, malgastando fondos millonarios en opíparos despachos, en la compra de cuatro o cinco coches de lujo… ¿Qué harán el día que manejen el dinero de la mayoría de las empresas más fuertes de la nación? Me aterroriza pensarlo.
Pero no es un problema que se dé sólo a nivel de España: en general, hemos vivido las experiencias suficientes para saber que el sistema capitalista no ha sido útil más que para enriquecer a unos pocos que han conseguido cotas de riqueza que nadie puede sospechar; y para poder transformar ese poder económico en poder político, de manera que son los que realmente controlan la política hoy en día. Lo único que se me ocurre es que ahora necesitan ese asalto final y definitivo para consolidar el truco infame de la globalización y transformar ese poder político que hoy ya poseen de manera fraccionada para cada país, en un poderío mundial, global, que les permita convertirse en los amos del mundo, aspiración que tienen desde hace ya siglos y que están a punto de conseguir. Es decir, que nos dirigimos sin remedio hacia la tiranía más cruel que los siglos han conocido.
Y el que crea que mis augurios son, además de pésimos, exagerados, que sepa y sondee que ya se nos acostumbra, día a día y con instituciones como el Tavistok, de la Fundación Rockefeller, a ese estado de esclavitud inconsciente que se inaugura con el pensamiento único y la pepla del pensamiento políticamente correcto; o el socialmente correcto.
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