Apenas si conocemos algo de nuestro pasado, de nuestra historia, de aquellas remotas zozobras, temores, glorias y pasiones que atenazaron a los bisabuelos de nuestros bisabuelos. De ellos, además de genética, nos llega el eco que reverbera en los muchos restos que aún alhajan nuestra geografía. Habitamos uno de los lugares con mayor densidad arqueológica del mundo. No hay pueblo, ni siquiera finca, que no atesore huellas ciertas de ese pasado vaporoso que se niega a diluirse por completo.
Esta semana pasada buceamos, desde nuestro programa de Arqueomanía, en la vida azarosa y enigmática de Omar ben Hafsún (850-918), aquel guerrero formidable que desde su nido de águilas de Bobastro a punto estuvo de derrocar a los emires Omeyas de Córdoba. Bobastro, enclavada en una elevada meseta protegida por riscos y paredes verticales, se encuentra en la provincia de Málaga, en el término de Ardales, junto al desfiladero de Los Gaitanes, en el que se encarama el imprescindible Caminito del Rey. Visitar Bobastro es adentrarse en la complejidad de una historia a veces difícil de comprender. El arqueólogo Virgilio Martínez Enamorado nos guio en la errática senda de la biografía de Omar ben Hafsún. Al parecer, nació de una familia muladí, antiguos cristianos hispanovisigodos convertidos al islam. Tras un primer conato de revuelta, tras el asesinato, cuenta la leyenda, de un bereber, tuvo que exiliarse en Argelia. Allí, un anciano le vaticinó que derrocaría a la dinastía omeya de Córdoba. Al regresar a Al Ándalus inició una revuelta, que se prolongaría durante décadas y en la que a punto estuvo de hacer caer el emirato cordobés. Media Andalucía le siguió en su lucha, con idas y venidas en función de los acontecimientos militares y políticos. Omar ben Hafsún, para ganarse a la población cristiana – muy numerosa todavía por aquellos tiempos – se bautizó e hizo erigir varias iglesias y conventos en su sitio de Bobastro, tal y como podemos disfrutar en la archiconocida iglesia rupestre.
Parece ser que, haciendo bueno el dicho de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, volvió a hacerse musulmán, pero esta vez chií, tal y como lo eran los califas fatimís del norte de África, rivales a muerte de los omeyas sunníes de Córdoba. A día de hoy no sabemos si murió como cristiano o como musulmán, a pesar de que el califa Abderramán III ordenó levantar su tumba. Su última creencia se ocultaría como secreto de estado. Omar ben Hafsún no fue derrotado. Murió de muerte natural y fue sepultado en su refugio de Bobastro. Sus hijos continuaron la lucha contra Córdoba, hasta ser finalmente vencidos por el todavía emir Abderramán III. La alegría por su victoria fue tal, que se ordenó coronar como califa, iniciando así el califato de Córdoba. Abderramán, como decíamos, ordenó desenterrar los restos de Omar ben Hafsún y de su familia. Colgó su cabeza en la puerta de Almodóvar y ordenó arrojar sus huesos a los perros. Triste final de un guerrero valiente empeñado en una misión imposible.
La arqueología sigue rastreando las muchas zonas oscuras de este periodo. Pronto comenzará a excavarse un yacimiento excepcional que tuvimos la suerte de conocer de manos de Paqui Rengel, técnica de cultura del ayuntamiento de Pizarra. En el conocido como Castillejo de Quintana se ubica una ciudad rupestre de similares características rupestres de Bobastro. Ascendimos a sus alturas, que dominan el valle del Guadalhorce, para disfrutar de sus construcciones excavadas en roca. El rastro de Omar ben Hafsún quizás nos aguarde, paciente, bajo su suelo intacto. ¡Mucho éxito con el proyecto!