Sin temor a equivocarme, la mejor manera de comenzar este nuevo ciclo, teniendo en cuenta las fechas en que nos encontramos, hubiera sido escribir sobre el síndrome postvacacional, así, sin más. Ahora que una gran parte de los españolitos de a pie volvemos de vacaciones, en todo los medios de comunicación se referencia este nuevo síndrome cual gripe A, cual nueva epidemia que acecha a la humanidad con el único propósito de destruirla y aniquilarla.
Estimados lectores, a casi nadie le gusta volver de vacaciones y tener que saludar de nuevo a ese maldito artilugio, llamado reloj, que a partir de ahora vuelve a marcar el ritmo de nuestro devenir diario. Ahora, eso sí, si encima ha de despertarnos a horas intempestivas…apaga y vámonos… pero de ahí a “psicologizar” cualquier emoción del ser humano creo que va un trecho.
Veamos, cuando vuelvo de vacaciones necesito un período de adaptación. De acuerdo, a mí también me pasa lo mismo. Me cuesta conciliar el sueño, me siento algo nervioso y hasta pasados unos días no termino de ubicarme en el ámbito laboral. Pues lamento decirles que no tienen ustedes nada, es muy normal todo esto que me cuentan. Démonos unos días y verán como ni se acuerdan de este, mal llamado, síndrome. Es más, les encomiendo a que nos despojemos de la frivolidad que nos embriaga a todos y nos acostumbremos a sufrir, aunque sólo sea un poquito. Sufrir (en cierta medida), ni es tan malo, ni nos conviertes en ciudadanos de segunda…es más, yo diría que nos convierte en lo que hemos olvidado que somos: humanos. Con sus virtudes, con sus miserias.
Si me separo de mi pareja…a por la receta mágica, no quiero sufrir. Si me quedo sin trabajo…no quiero sufrir. Si llevo dos días sin dormir…no quiero sufrir. Si vuelvo de vacaciones…no quiero sufrir.
Nos han creado otra necesidad más, la de los médicos, psiquiatras, psicólogos y sus respectivas medicaciones, terapias, consejos… y sí, en numerosísimas ocasiones somos imprescindibles, pero en otras se nos puede obviar. Uno de los mejores consejos que puedo dar a mis pacientes , llegado el caso, es que se alejen de todo aquel profesional cuya profesión empiece por psi. De mí el primero. Que aprendan a ser ellos mismos, a oír sus necesidades, a asumir sus riesgos, a aceptar sus derrotas, a saborear sus victorias, a llorar sus penas, a reír sus alegrías… pero, eso sí, que lo hagan por sí mismos, sin recurrir a “batas blancas”, ni a pócimas mágicas.
En los últimos años hemos pasado de ignorar la enfermedad mental a inventarnos un síndrome diario. Se puede decir que no hay situación de cierta peculiaridad a la que los medios no le cuelguen una etiqueta. En este extremo somos nosotros, los profesionales de la salud mental, los que debemos poner el freno y no caer seducidos por la invitación o la presión de una entrevista o un micrófono. No podemos aceptar como un trastorno psicológico el “síndrome de las rebajas”, el del “ama de casa”, el “postvacacional”, el de “Peter Pan”, el de “Ulises”, el de Navidad, el del “nido vacío”… Frivolizar nuestra disciplina es una tentación a la que nos debemos resistir. Eso no es lo que nos enseñaron Yela, Pinillos, Corteza. Y ahora si me permiten les hago una pregunta.
De siempre le he tenido cierta tirria a los filetes de hígado desde que mi madre me obligaba a comerlos en la infancia, hasta el punto de que no he vuelto a probarlos nunca e incluso me producen cierto repelús cada vez que veo uno servido en un plato. ¿Padeceré el síndrome del niño castigado a ingerir filetes de hígado en la infancia? Sean felices una semana. Hasta la que viene.
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