No creo que tuviera más de ocho años cuando leí por primera vez “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry. Era una edición con los dibujos originales del autor. Ya sabe, la boa que parece un sombrero, el asteroide 365… Y oh, sorpresa, a pesar de que la señora que nos daba los libros en aquel bibliobús me aseguró que me encantaría, a mí me aburrió tanto que no volví a abrir sus páginas hasta muchos años después. Y en esa ocasión para quedarme enamorada de uno de los libros sobre sabiduría más influyentes en el siglo XX. Me ha pasado con muchos libros. Incluso con libros míticos como el Quijote… Lo digo sin complejos. Libros que he abierto con toda mi buena fe y los he cerrado con un portazo. Años más tarde los he vuelto a abrir, y me han enganchado. Es como abrir el horno antes de que las galletas estén hechas. Simplemente no es el momento. Hay que esperar.
La literatura es algo vivo, como nosotros. Es un chal que te echas por los hombros. Todos pueden abrigarse con él, pero a cada uno le sentará de una manera distinta. E incluso, a alguno le sobre por el calor en ese momento, para necesitarlo más tarde.
Les digo esto porque mi querido y valiente amigo editor Javier Ortega, en la editorial Berenice, está dando luz sobre libros de Antoine de Saint-Exupéry para que, gente como yo y mejor que yo (que es la mayoría) vuelvan a abrigarse con el chal de la literatura. Inició una trilogía con “Vuelo nocturno”, después con “Tierra de Hombres” y la va a cerrar (de momento, espero) con una edición de “El Principito”. Haciendo algo absolutamente necesario, darle el sitio de libro para adultos que nunca ha tenido.
El Principito no habla de la infancia de un niño. Habla de la infancia que un adulto guarda atesorada en su interior, y que la vida ha ido erosionando, como la arena del Sáhara donde el aviador estrelló su avioneta. Habla de amistad, de responsabilidad, de valentía… no se deje engañar por las pocas escenas que recuerde, o por la versión cinematográfica tan hueca que vimos hace un par de años… No busquen al niño, al Príncipe de pelo rubio y corona dorada. Búsquense ustedes entre las páginas (con maravillosas portadas, por cierto) de esta obra. Porque de eso se trata. De eso va la literatura. De búsquedas y de encuentros.