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Patio de monipodio

Nadar y guardar

Era el difícil equilibrio de guardarse las espaldas...

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Era el difícil equilibrio de guardarse las espaldas. Y, más aún, maniobra cínica, de jugar con los demás, con sus intereses, con sus sentimientos. Del disimulo para obtener beneficios. El dicho ya está en desuso, pero muchísimos continúan guardándola, en la segunda acepción mencionada. En ello están, a más de políticos y adláteres, los grandes amos de la informática. Empezaron por encandilar a los forofos, engatusados, ansiosos de novedades, con más cambios que resultados, y todos satisfechos con ser “los más modernos”. Ya estamos llegando al control pleno, al ojo que todo lo ve, al real “Gran Hermano”.

Tanto “progreso” para provocar paro y controlar el menor movimiento de cada ser humano. En eso está quedando la informática y el más que poder comunicativo de las redes sociales. Más, porque cada vez tiene menos importancia la inter-comunicación, pretexto útil para el dominio mundial. La nueva esclavitud.

Los “gigantes” aumentan su negocio vorazmente hasta monopolizar el comercio; pero sin crear empleo, para eso robotizan; por tanto, destruyéndolo, suman enteros a su cuenta de resultados. La espiral está en marcha. Si seguimos encandilados con el gigantismo y la comodidad (relativa) de comprar desde casa hasta las verduras, veremos el cierre masivo de pequeñas, medianas y hasta algunas grandes empresas. Y la dependencia de los fabricantes, sometidos por uno o dos distribuidores mundiales. Para que suba su beneficio, pero no bajen los precios. Una observación: ¿qué harán cuando la inmensa mayoría de la población esté en paro? ¿Quién comprará a esos gigantes? ¿Tal vez han calculado que, al quedarse solos, les bastará con un diez por ciento de posibles compradores para mantener el negocio?

La espiral empezó cuando el usuario quiso aprovechar la gratuidad de los servicios recibidos. No se ha pensado que nadie puede dar servicios gratuitos. Por algo los proveedores de internet y varias grandes empresas de informática, telefonía y venta virtual, se han convertido en las  mayores del mundo en poco tiempo. El usuario no se ha dado cuenta, no quiere darse cuenta, que todo tiene un precio. Dos. No, varios. Los proveedores no sólo venden publicidad, que el usuario puede apartar más fácilmente que la página de un periódico. La Unión Europea ya ha visualizado levemente el riesgo e intenta frenar la venta de datos personales aunque, la verdad, con escaso éxito, por la dificultad para comprobarlo. Estos “gigantes de la comunicación” tienen un arma infalible pero sutil: controlan la vida y vivencias de sus inscritos. Tienen todos los datos; saben qué páginas visitan; conocen su ideología y sentimientos a través de sus intervenciones en redes sociales. Y lo están aplicando a la venta directa, a la de datos a terceros; y a la banca. La trampa de altas, transacciones y compras con el teléfono móvil, está calando en mucha gente. Google asegura poder “predecir” caídas en bolsa. Pero, a veces, “predecir” oculta el incitar. No se adivina, se provoca. Y pronto gozarán con una cantidad ingente de información, útil para ellos, para la banca y para los gobiernos, sobre gustos, aficiones, ideas y movimientos de todos y cada uno de nosotros.

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