Camposantos

Publicado: 03/11/2015
Han cambiado los tiempos pero el cementerio de San Fernando de Sevilla en lo esencial sigue siendo el mismo porque tiene la misma función que tuvo en el siglo XIX cuando se fundó
Todos Santos, Día de Muertos” se titula el tercer capítulo de El laberinto de la soledad,  de Octavio Paz. Allí se explica el diferente sentido de la fiesta para el mexicano y para el anglosajón. Tan diferentes como su sentido de la vida y de la muerte. Heredado de lo hispano y yuxtapuesto a sus raíces indígenas, la muerte no es la negación de la vida sino su complemento. Son dos caras de la misma moneda. En efecto, significan las dos caras de la misma realidad.

Desde la más remota Antigüedad, desde que el hombre tiene memoria ha dado culto a los muertos, ha honrado a sus difuntos en las más diferentes culturas de Oriente y Occidente. Ha respetado los lugares donde se encontraban aquellos restos humanos de los que nos precedieron como lugares sagrados, independientemente de que se encontraran en templos o en otros lugares no sacralizados por las distintas religiones.


De ahí que en Occidente a los campos donde se enterraba a los difuntos se les denominara campos santos, camposantos. Ciertamente, se encontraban  en el campo, en las afueras de las ciudades situados al Norte, bien expuestos a los vientos septentrionales. En el colegio nos habían hablado de esa fiesta tan particular que fue después tema de redacción. En casa nos llevaron al cementerio para visitar la tumba de nuestros abuelos y rezar un padrenuestro.

El tranvía se apartaba de la ciudad entrando en una zona semirrural en la que aún quedaba, precedida por un jardín, una venta famosa por la literatura romántica. El camino estaba vacío y sólo se oía el chirriar de las ruedas del tranvía. Todo era campo. Y al final del camino, entre puestos de flores, entre fúnebres rejas de hierro, un camposanto monumental, artístico, hermoso y bello.


Han cambiado los tiempos pero el cementerio de San Fernando de Sevilla en lo esencial sigue siendo el mismo porque tiene la misma función que tuvo en el siglo XIX cuando se fundó. El año pasado por estos días de noviembre se representó allí “Don Juan Tenorio. Amor y muerte en el cementerio”. Este año suponemos que la misma compañía representará “Don Juan Tenorio en el cementerio”.

Ha cambiado el Ayuntamiento pero sigue la lúdica diversión en lugar sagrado  como engranaje cultural que promociona el poder no importa quien gobierne. Antaño  acudíamos al teatro para disfrutar de la obra de Zorrilla y recordar sus versos que  sabíamos de memoria. Hoy el teatro está en la calle. Pero la calle no es el camposanto,  el lugar donde se venera a los que nos precedieron, a nuestros antepasados que allí  reposan en paz. En este sentido, ¿tendremos que mirar hacia Oriente? ¿tendremos que  aprender de los musulmanes o de los japoneses?

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