Merecidamente se le ha consagrado
una de las calles de Torremolinos
al señor Florido, don Bartolomé,
que es Bartolo a secas para los amigos
que son infinitos en el municipio
donde él desgranara la flor de la vida
y donde luchara con impar tesón,
sin de noche y día cejar en su empeño.
De todos nosotros dechado andaluz,
porque ama a su tierra más que a su persona
y por ensalzarla presto se desvive
y lo entrega todo por darle a su nombre
el eterno brillo de las luminarias
mecidas allá en los altares del cielo,
donde dioses moran en su excelsa gloria,
el señor Florido, don Bartolomé,
amigo sincero para sus amigos
-que los lleva anclados en su corazón
y que lo desbordan de tantos que son-,
fundó sin ambages el ente admirable
que tan fulgurante difunde su luz
por España toda y el entero mundo,
que de Andalucía ensalza su bandera
y que atiende por ‘Yo, Producto Andaluz’.
Bien cumple esta entidad la sacra misión
de dar a conocer la gran producción
tan rica y variada del campo andaluz;
también la cultura, las artes y gracias
que se hacen fecundas en Andalucía,
la tierra que otrora del orbe fue faro,
la noble Tartessos que aun a los fenicios
deslumbrara el día que a España arribaron,
la que abrió su mano a los cartagineses
y que a los romanos les aleccionó,
la que por los siglos dio su pecho a pueblos
y hasta de sus fuentes bebieron los árabes,
quienes respetaron el nombre de Al Andalus,
en tiempos antiguos ‘Tierra de la Luz’,
que a la diosa madre le fuera ofrendada:
Lusina, Lusía y esposa de Lug,
el verbo encarnado de la vieja Iberia,
península fértil y gloria del Sol,
el astro supremo, señor soberano
de las devociones y de los humanos.
En el Sur bendito que fue el paraíso
que antaño perdieran los antepasados,
ese Sol divino, diamante de fuego,
con su ‘Andalusía’ al fin se desposó.
De esta Andalucía que tanta riqueza
guarda en sus entrañas y ha de ser despensa
de España y de Europa, don Bartolomé
las glorias dispensa sin hallar apoyo
ni de entes privados ni de instituciones
que en el pueblo ejercen públicas funciones.
Con merma evidente de su economía,
ofrece el producto don Bartolomé:
aceite, verduras, frutas, aceitunas,
gazpacho, sangría y esa miel de caña
que en Andalucía mantiene su fábrica,
única en Europa, la de Frigiliana.
También promociona populares libros
que amén de cultura son fiel alimento
para el intelecto, cuya ausencia hoy brilla
hasta en los despachos de las jerarquías.
Si los gobernantes de esta Andalucía
por la que desvelos sufre el pueblo llano
tuvieran el celo del señor Florido,
tierra tan sagrada sería de España,
de Europa y del mundo, la antorcha esplendente
que guíe las mentes y los corazones
y los pasos todos de la humanidad
que el éxito busca y un mañana en paz.
Miles de años antes de las orientales
culturas supremas que aquí rebotaron
-la de los fenicios, la de los romanos
y otros muchos pueblos que por mar llegaron
de nuevo a la patria que madre les fuera-,
alumbraba el mundo la cultura madre
de la vieja Iberia y aquella Tartessos
que fama tuvieran en la antigüedad.
No ha escrito la Historia tan dignos renglones
o tal vez le fueron robadas sus páginas
porque a los poderes sombra les hiciera.
Iberia y Tartessos duermen en la umbría.
Fue ayer la Giralda la gran luz del mar,
cuando el mar bañaba la Sevilla de oro.
Fueron Huelva y Cádiz las puertas abiertas
a los nuevos tiempos de extrañas culturas.
Málaga la Bella fue el centro estelar
de Almería a Gades, en línea sin par.
La Granada mora, sobre el monte rojo
llora su perdida grandeza de ayer.
Córdoba la llana, aún lejana y sola,
prende en su Mezquita glorias olvidadas.
Y en el Santo Reino del Jaén divino
Salomón custodia secretos dorados.
Es Andalucía la rosa de España,
rosa de los vientos, rosa del amor,
rosa sin espinas de ocho bellos pétalos
de eterna fragancia y eterno frescor.
Tartessos aún goza del gran privilegio
de ostentar el cetro del rey Argantonio.
Aquí se ubicaba el inmenso jardín,
aquel que nombraban cual de las Hespérides.
Hércules el fuerte fraguó aquí sudores,
aquí el vellocino tuvo realidad
y los argonautas su mundo aquí hallaron.
La luz de Tartessos atrajo a miríadas.
Tartessos fue reino de la Andalucía,
esa Andalucía grande y soberana
que a los nuevos tiempos abre su ventana
y atisba horizontes de supremacía.
Forjó Blas Infante la patria andaluza,
sellóla con sangre cuando aún era un sueño;
hoy Andalucía triunfal se levanta,
con fuerza la lleva el pueblo en su garganta,
su voz es un trueno que nunca se apaga,
relámpago eterno brilla en su mirada.
Los vientos del pueblo no hallarán sosiego
si sobre sus carnes golpean los látigos.
La luz de la vida bajo el sol de Málaga
vio por los cincuenta don Bartolomé.
De sus palpitares Málaga es tizón
que prende ilusiones en su corazón.
Recorrió los mundos en su juventud,
juventud que el tiempo no la ha marchitado,
pues con esplendores se yergue su flor,
aun cuando los años su plomo le viertan.
En Torremolinos fundó su autoescuela,
indudablemente la más popular.
A Torremolinos le entregó una vida
repleta de afanes y de abnegación.
Aquí realidad hiciera el Liceo
que de Blas Infante lleva la memoria.
Abierto a las mentes y a los corazones,
las ideologías no hacen aquí historia.
Tuvo de otros pueblos asida la gracia,
dio vital aliento a ese Benalmádena
que un día glorioso, por logrados méritos
y entregar su tiempo con desinterés,
cual hijo adoptivo le acogió en su seno
y tuvo a buen grado también dedicarle,
como gentileza y agradecimiento,
del pueblo una calle que lleva su nombre.
Hoy Torremolinos el gesto repite
y, en el callejero de esta feliz urbe
próspera y amante de sus tradiciones,
del protagonista se inscribe su nombre:
Por merecimientos se le ha concedido,
por toda una vida de amor demostrado.
A tan digna, noble y singular persona
siempre ha de quedarle el pueblo agradecido.
El señor Florido, don Bartolomé,
que per seculorum habrá de tener
abiertas las puertas de Torremolinos,
reciba con creces aplauso y honor.