Francisco Basallote (Véjer de la Frontera, 1941) ha querido reunir sus más de veinticinco años al pie de la poesía en “Hasta el cantil del tiempo” (Vitruvio. Madrid, 2015). Este florilegio, que reúne muestras de hasta treinta Y ocho de sus títulos, es un volumen que resulta ya imprescindible para todo aquel que quiera acercarse a la obra del poeta vejeriego
El decir de Francisco Basallote ha venido signado desde sus inicios por un verbo que se apoya en un decir de concepción experiencial, donde el tiempo y el eco del silencio se imponen con rotundidad (“Qué hermoso el silencio/ cuando en su música/ vibra el vacío/ y el tiempo se detiene,/ como en un cuadro/ se eterniza el instante”),y donde su verso, de cadencia precisa y penetrante crea presencias que alivien la ausencias (“Te esperaré/ en el límite del espejo/ para adivinar en tu sombra/ la desolación de mis ojos/ para siempre vacíos/ después del resplandor de tu negrura”).
Consciente de que el vivir nunca puede ser un rito del azar,sino la firme voluntad de un destino, el yo lírico sabe trazar con exactitud el itinerario de un presente que roce los sueños perdidos, que acaricie la aventura vívida e incierta que aguarda junto al bordón de la ulterior esperanza: “La más sutil sonrisa/ bajo la máscara./ En serpentina envuelves la vida/ y así la gozas”:
En su prefacio, Pedro Luis Ibáñez Lérida anota que “`Hasta el cantil del tiempo´ es testimonio de una autenticidad poética que consagra su escritura bajo sólidos y renovados principios, en los que a la sencillez, claridad y emoción se enhebra la trasexistencia lírica”.
Desde esos tres adjetivos referidos, Francisco Basallote va iluminando una realidad donde se aúnan el pensamiento y el sentimiento y que irradia imágenes que son destellos, relámpagos que abren las puertas del recuerdo, del corazón, de la nostalgia: “Aprendí a amarte desde lejos, estableciendo en torno a ti/ una topografía del cariño/ que en la distancia reconstruía;/ la blancura de tu certeza/ que el tiempo no ha borrado”.
De los cerca de cuarenta poemarios aquí representados, hay muchos que obtuvieron merecidos reconocimientos en distintos certámenes -“Ciudad de Baeza”, “Antonio Machado”, “Odón Betanzos”, “Ciudad de Ronda”, “Juan Alcaide”, entre otros- lo que refrenda que la poesía de Basallote viene tamizada por una complicidad que le nace y crece desde muy adentro, desde las raíces, sí, que abriga y abraza su Vejer natal: “Cuando me vaya quisiera/ entre tus paredes blancas/ ser sombra de tus almenas”:
Al cabo, una antología que desvela la identidad líricamente personal de un autor que mantiene la fe en la belleza, que modula con exactitud la variada sinfonía de sus versos y que sabe enfrentar su verdad y su mensaje con la finita existencia que convoca al ser humano: “Cuando el céfiro/ abandona el suave/ tacto de los magnolios/ y, ausente su música,/ es el vacío/ pavorosa premonición/ de su agonía,/ la muerte tan cercana/ enturbia el agua/ de las clepsidras/ con el perfume de la noche”