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La corbata y el tanga

Piense si se sentiría usted cómodo en su chiringuito habitual si le presentan y se ve obligado a compartir barra y ración de sardinas con un señor con una barriga enorme sin más ropaje que un tanga de leopardo y nalgas peludas y luego, si quiere, me llama usted facha a mí

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Sé perfectamente que no es políticamente correcto decir que nos vestimos para gustar a los demás. Sé que lo correcto es decir que cada cual se viste como más le apetece y con la única intención de sentirse bien con uno mismo. Pero también sé que eso no es del todo cierto. Es parcialmente cierto porque me resisto a creer que alguien pueda salir a la calle ataviado con prendas que no le gusten sólo por agradar a otros. Nadie se pone feo a propósito. Pero no por ello debemos perder de vista que nos sentimos a gusto con nosotros mismos, precisamente, cuando sabemos que nuestra apariencia externa es aceptada en sociedad. Compruébelo. Verá que, aunque sea comprensible que la gente no vaya en pelota viva por la playa, no deja de ser llamativo que no se vean hombres con tanga y, el que se ve, es motivo de comentario. Piense si se sentiría usted cómodo en su chiringuito habitual si le presentan y se ve obligado a compartir barra y ración de sardinas con un señor con una barriga enorme sin más ropaje que un tanga de leopardo y nalgas peludas y luego, si quiere, me llama usted facha a mí. Pero no hace falta irse a estos extremos. En plena ola de frío salga usted a la calle tocado con un sombrero, o hágalo con un elegante panamá en pleno verano y cuente no ya las personas que le hacen algún comentario sobre su gorrito sino las personas que no se lo hacen. Habrá contado muy poco. Salga usted, señora, vestida con su espectacular traje de gitana para ir a trabajar o a dar un paseo y después me cuenta cómo la sociedad ha respetado impasible su derecho a vestir como tenga por conveniente. O lo contrario; preséntese en unos meses en la Feria de Sevilla, en la Romería de El Rocío o en la Primera (y única) Comunión del niño al que la han invitado y hágalo luciendo unos vaqueros rotos con zapatillas de deporte blancas y no se olvide de venir luego a contarme  cómo la sociedad ha respetado su derecho a mostrar su propia apariencia. Queramos o no queramos, vivimos en grupo y ese grupo pone sus normas. No se engañe pensando que hay grupos que no tienen normas, porque esa premisa es falsa. Vaya a un mitin de Podemos con frac y sombrero de copa y después me cuenta si ha conseguido pasar desapercibido. Si quiere pasar desapercibido, hágame caso, déjese el sombrero de copa pero quítese el frac. Lo que yo le diga. Los fabricantes de corbatas en Grecia se van a ir al carajo en cuestión de semanas tras las últimas elecciones. Grecia está como para mucho cerrar empresas, pero es lo que hay. Claro que en las islas griegas sí se ven más hombres con tanga, por razones que ignoro. Aquí, en España, de cara a las próximas elecciones, si tiene usted corbatas en casa y no tiene tangas, no diga que no le avisé: vaya pensando en renovar su armario.

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