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Curioso Empedernido

Valeriano Monsergas

“A todos los que pacientemente soportan monsergas, mentiras y milongas con el deseo de que se rebelen”

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Valeriano hablaba demasiado, era una necesidad psicopatológica y entre sermones, pamplinas y verborreas, castigaba a todo el que se cruzaba en su camino con su incontinencia verbal. Monsergas era especialista en monólogos interminables que no tenían nada de cómicos y sí mucho de insufribles e inaguantables.

Con esa actitud compulsiva de hablar sin parar de lo que fuera y donde fuera, en cualquier tiempo y espacio, se sentía cansado, extenuado y agotado. En su afán de llevarlo todo para adelante y opinar y sentenciar sobre todo, no  se daba descanso ni tregua y ocupaba casi todas las horas del día en un bla, bla, bla, que apenas le dejaba tiempo para el descanso.

Su persona y  personaje eran una pesadilla convertida en realidad, como estar metido en un laberinto del que era incapaz de salir. Sus palabras no eran la expresión del arte de seducir y convencer, ni eran un pozo de reflexiones y sabiduría que te dejaran con la boca abierta.

Tampoco sus expresiones albergaban la calidez del afecto y la amistad,  ni eran el mejor ejemplo de tolerancia sino que en la mayoría de las ocasiones brotaban de su boca como un caudal de frustración e insatisfacción, como una muestra de su escasa inteligencia social y la escasa habilidad para conectar y relacionarse con los demás.

No había crecido, porque tal vez no había aprendido a despedirse. El no callar ni debajo del agua era como el síntoma de sus miedos y ansiedades, como si estuviera permanentemente asustado, entristecido o enfadado, como ser víctima de una neurosis en la que intentaba ocupar su vacío  interior llenando el ambiente de vocablos sin sentido.

Sin ser tertuliano en ninguna tribuna radiofónica  o televisiva hablaba de todo y de todo entendía, empleando un leguaje técnico que no sabía lo que significaba y estaba muy lejos de la calle. Era como una rueda sin sentido en la que cada cual utilizaba la palabreja más rara para demostrar lo preparado que estaba.

Formaba parte de esa extraña fauna omnipresente en todos los medios desde primeras horas de la mañana hasta la madrugada del día siguiente, repitiendo la misma canción y frases hechas,  en un pase continuo sin descanso, lo que lleva al ánimo de quien les ve, un sentimiento entre la duda y la inquietud que les hace preguntarse ¿cuándo trabajan?

Como Monsergas tenía que estar hablando siempre en una especie de bucle sin principio ni fin, terminaba por no tener con quien parlotear ni tema del que largar sus interminables cantinelas, con lo que se dedicaba al miserable y desagradable deporte de despotricar  de los demás en un ejercicio de hacernos ver lo malos que eran y lo bueno y fabuloso que era él.

Entre sueños y despertares, ganancias y pérdidas, Valeriano no se dejaba hostigar por nada ni por nadie, no se desalentaba ante cualquier contrariedad ni se intimidaba con las presiones, y sabía en su fuero interno que siempre había palabras en busca de quien las quisiera decir.

A pesar de estos valores Monsergas resultaba cansino y agotador y entre lo ridículo y lo patético, terminaba quedándose solo en sus peroratas y refugiándose en las redes sociales, en las que muchos encuentran gente sana y saludable con las que relacionarse pero que es también el refugio de los perdidos, olvidados y solitarios que son incapaces de resistir un diálogo cara a cara, y la mirada del otro desde el respeto a su palabra y se dedican a llenar el escenario digital de absurdas banalidades, mentiras peligrosas y calumniosos rumores.
 

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