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La decisión de Cupido

Estamos a pocos días de celebrar otra fiesta de la novelería, de esas que nos gustan tanto como para no hacernos preguntas sobre ella. Me refiero a San Valentín, ese día en que toda ñoñería es poca, en que proliferan, como los gremlins al mojarse, las frases y los fotomontajes empalagosos...

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Estamos a pocos días de celebrar otra fiesta de la novelería, de esas que nos gustan tanto como para no hacernos preguntas sobre ella. Me refiero a San Valentín, ese día en que toda ñoñería es poca, en que proliferan, como los gremlins al mojarse, las frases y los fotomontajes empalagosos en las redes sociales. Todo es de algodón de azúcar, en el aire flotan melodías románticas y si por descuido llevas una prenda roja -la maldita lluvia no ha dejado secarse tu chaleco negro-, entonces es mejor que la quemes para no aguantar las bromitas sobre si estás enamorado.

Jamás he sido cazador, pero el 14-F me entran ganas de serlo para jugar al tirón pichón con el dichoso Cupido. Y es que esta novelería de corazones y flechitas tiene un trasfondo que es de todo menos romántico, es puramente consumista, pretende sacarnos el dinero a base de regalitos de enamorados, cenitas de enamorados y viajecitos de enamorados, sin completar nunca la frase con “de enamorados del dinero”.

Así que el pobre San Valentín, mártir por casar a jóvenes soldados romanos a pesar de la prohibición del emperador, vuelve a ser martirizado por el todopoderoso mercado, que vio la posibilidad de hacer negocio a su costa y exportarlo como una franquicia yanqui al resto del mundo.

Ya me dirán ustedes qué tiene que ver esta parafernalia kitsch con el amor verdadero y las pasiones que alimentó y seguirá alimentando. Esta sacarina amorosa del 14-F no da ni para una novela de Corín Tellado, si acaso para contar la historia de los osos amorosos y sus abracitos. El amor verdadero tiene las raíces tan profundas que si intentáramos arrancarlo nos traeríamos la humanidad entera, porque ni el hombre ni su historia se entienden sin él. Las mayores locuras y aberraciones, pero también las acciones más maravillosas y las obras más excelsas, se hicieron con el barro del amor y sus derivados, tanto los buenos como los malos: el desamor, la pasión, la entrega, los celos, la caridad, la obsesión, la lujuria, la mística… Pero claro, ¿qué pasiones puede suscitar ese amor presentado, y reenviado hasta el hartazgo, en powerpoint con dibujitos, gatitos, frasecitas cursis y musiquita de cantos parroquiales? De esta endeblez se aprovecha el mercado para manipularlo, convertirlo en producto y provocar la única pasión que le importa, el consumismo. 

La de San Valentín es una utilización mercantilista que aprovecha nuestra propensión a la novelería. Pero hay otra utilización interesada del amor, aquella que muestra a una persona amando a la otra con tal intensidad que hasta pierde su propia voluntad. Es una visión burda del amor, que casi siempre sitúa a la mujer en el papel de enamorada hasta las trancas que confía ciegamente en su hombre. Ella queda reducida a una especie de alelada amorosa, incapacitada para todo menos para amarle a él; es la anulación como persona por la causa del amor.
Algo tan engañoso como lo de San Valentín, y más peligroso porque intenta convencernos de que el amor verdadero es lelo, sordomudo e incapaz de hacerse preguntas. Es un estereotipo embustero, porque si algo debe ser el amor, es inteligente, si no, es sumisión; y si de algo está preñado el amor, es de lucha, si no, es indolencia.

El amor jamás debe ser una excusa, mucho menos para que algunos listos camuflen tras sus versiones trucadas acciones de moralidad dudosa y delitos. Fue el caso de la ministra Ana Mato, quien afirmó desconocer las actividades de su ex marido porque ella, como esposa entregada y amorosa, confiaba en él. Ahora volvemos a verlo cuando uno de los abogados de la infanta Cristina justificó su supuesta participación en los turbios negocios de Urdangarín con un “lo hizo por fe y amor a su marido”, estrategia ratificada por ella misma ante el juez Castro. Es lógico, cuando uno está enamorado se le nubla la vista cada vez que llega el extracto de tu cuenta bancaria o cuando tu marido aparca un Jaguar en la puerta de la casa… 

Y mientras los noveleros del 14-F y los caraduras del amor ciego mancillan su nombre, Cupido duda entre volverse gótico o hacerse el harakiri con sus propias flechas.

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