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Curioso Empedernido

Perejiles y hierbabuenas

Con su experiencia había aprendido a dejar de obsesionarse por su miedo al fracaso y la responsabilidad de querer alcanzar la perfección

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Entre el petroselinum crispum y la mentha spicata, para que nos entendamos perejiles y hierbabuenas, daba sus paseos diarios por el mercado de su pueblo en esa bella e increíble ciudad de Tarifa, Pedro Picatostes  y dirigía sus pasos hacia la tertulia en la que tomaba su segundo café del día.      Llevaba jubilado diez años y pensaba que a sus hijos a estas alturas de su vida es posible que les gustarán más que siguiera trabajando, por aquello que mejor ocupado que ocioso. Si papá se lo curra no pegará el bajón, si se siente útil y activo no nos creará problemas.

A sus setenta y cinco abriles, todavía tenía tiempo para perderse en ensoñaciones y descubrir nuevas realidades, abrir puertas y cerrar ventanas, desenvolverse con otro aire de serenidad y madurez entre dramas y disfrutar con mayor sosiego de las comedias.

Lo que más le seguía inquietando era aquella gente que hablaba contigo sin mirarte a los ojos, los que siempre estaban en los sitios a ver si trincaban algo o sacaban algún provecho personal, los que creían que todo se podía comprar, incluso la honra y la dignidad.


También, lejos de la autenticidad y la sobriedad, intentaban disimular los malos olores, condimentándolo todo con perejiles y hierbabuenas, y los falsos jefes de cocina y directores de escena  procuraban  ocultar a los pobres tras los decorados y oropeles para que no se percibieran los hedores, molestaran con sus voces, o  afearan la belleza de la realidad acomodada.

A PP, le inquietaban, como a casi todos los españoles, “las ideas luminosas” del ministro Montoro, que había logrado enfadar a sus compañeros y compañeras de Gobierno, y al conjunto de la sociedad y que en una actitud entre el tancredismo, la prepotencia, el desprecio y el cinismo continuaba impertérrito hacia el cumplimiento de sus objetivos.

Con todas las dificultades que los pensionistas como él estaban pasando y sufriendo, transmitía entusiasmo y tenía ganas de seguir luchando.No estaba dispuesto a darse por derrotado ni a ser simple mercancia.Sabía que todo esto merecía la pena, porque cuando el se fuera muchas otras gentes seguirían disfrutando de la maravilla de estar vivos.

Nunca se había resignado a quedarse atrapado entre el horror de no hacer nada y el aburrimiento de repetir  lo mismo dentro de la madeja de la rutina, siendo capaz de superar sus pequeñas obsesiones y sus costumbres de mostrarse revolucionario, reformista y rebelde.

Lejos de la ansiedad de creerse eterno que ataca a algunos seres humanos que aparentan ser extraterrestres, nuestro amigo Picatostes concebía la vida como un disfrute y un placer, y no como una competición y un amargor. Su aspiración en el tiempo que le quedaba por explorar, era revisar sus hábitos y dar valor a los pequeños detalles, ser cada vez más persona y menos cosa.

No estaba dispuesto a torcer y cambiar su aspiración por una nimiedad.No iba a llevarse un disgusto por una tontería , cuando además no tenía ningún motivo real de preocupación y sus ideas eran renovadoras y frescas para ampliar sus horizontes y aumentar sus conocimientos.

Superando berzotas, bocazas y pelmas que le salían cada día al paso, sorteando engañabobos y zampatortas que procuraban colocar todos los obstáculos e inconvenientes antes de la meta, debía desterrar los pensamientos melancólicos y negativos y vivir intensamente el presente.

Con su experiencia había aprendido a dejar de obsesionarse por su miedo al fracaso y la responsabilidad de querer alcanzar la perfección, desde el conocimiento que eso era imposible y debía aspirar a hacer las cosas lo mejor que pudiese sin que ello le generara ni irritación ni paralisis.Entre pronósticos y acertijos, sobrados y soplados, necesitaba tomar distancia para contemplar la realidad tal y como era.

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