El caso del poeta Gustavo Adolfo Bécquer es bastante peculiar, pues lo mismo ha cautivado al lector no habituado a la lectura poética que al especialista, el joven y al maduro, a los que entienden la poesía sobre todo como comunicación y a los que optan más bien por la poesía como expresión, es decir, que su obra sigue vigente, al igual que la de Antonio Machado, fuera de los habituales consumidores de poesía.
La clave está sin duda en los diversos niveles de lectura que su poesía permite, la más o menos literal, “poesía eres tú” , o esa otra dimensión más oscura por la que ese “tú” no es la mujer concreta y real, sino la mujer cómo símbolo del universo y de la creación, es decir, de la poesía.
En efecto Bécquer, contra lo que suele pensarse, es un autor muy difícil de abarcar en profundidad, ya que con él se inaugura en España el simbolismo, esa tendencia que encabezan en Europa autores como Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, y que constituye el nervio central de la poesía moderna. El poeta sevillano es evidentemente el punto de partida para el modernismo, y todos los autores que inauguraron este movimiento, desde Martí, José Asunción Silva, Julián del Casal, González Prada, hasta Rubén Darío, reciben de él influencia.
Junto con Rosalía de Castro, constituyen esa dimensión simbolista que les aleja del Romanticismo, de modo que ni siquiera es posible considerarlo epígono del movimiento romántico, sino abiertamente como el primer poeta moderno. Es este un tópico muy extendido y contradictorio con las reflexiones del propio Bécquer sobre la poesía. El retrato de su hermano Valeriano contribuye a ese error, fácilmente corregible si lo comparamos con las fotografías que de Gustavo Adolfo se conservan, donde nos aparece un señor correctamente vestido y peinado, cuya vida no fue en ningún sentido romántica, aunque tampoco feliz. Los años 1833 a 1837 son los años centrales del Romanticismo en España, y difícilmente puede Bécquer, por cronología (nació en 1836) representar al movimiento, cuando su obra principal ronda la década de lo sesenta.
Pero además Bécquer se encuentra lejos de la improvisación romántica, de la sonoridad orquestal de un Espronceda, de la variedad y complejidad métrica, apta para la recitación oral. De modo opuesto, su artificio es sencillo, un lenguaje casi coloquial, directo, de comunicación íntima, pero de compleja elaboración.
Más allá de sus poemas, donde desvela mejor su concepción de la poesía es en sus textos en prosa, sobre todo las “Cartas literarias a una mujer”, o el prólogo a La Soledad de Augusto Ferrán, su amigo. En ellas nos plantea algunas de las claves de la poesía moderna hasta hoy, como el problema del lenguaje como principal clave de la poesía, o el alejamiento del “yo real” para alcanzar al “yo artista”, la poesía como un intento de aunar la inspiración y la razón, la creación como un esfuerzo por doblegar al lenguaje, entre otras. “Cuando siento, no escribo...” En esos momentos el ser humano se dedica a vivir la experiencia, a sentir. Sólo más tarde en el momento en que estando ...puro, tranquilo, sereno y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu las evoca...”, Es decir, que aquellas sensaciones quedaron en la memoria y es desde ahí donde saldrá el poema (Proust).
-- No es ahora momento de profundizar en su teoría poética, perfectamente elaborada a los largo de su obra y en las mismas Rimas, pero sí nos parece que va siendo hora de acabar con los tópicos sobre Bécquer, quien se nos humaniza cuando sabemos más de él y nos confirman, por ejemplo, que no murió de tuberculosis, sino de enfermedad venérea. La obra de Bécquer, que es ya plenamente reconocida, tendrá aún mucha más larga trayectoria con el tiempo.