Javier Villán, crítico de teatro, suele estar sentado en una mesa junto a un ventanal del café Gijón, de Madrid, casi siempre rodeado de gente que viene a disfrutar de su oratoria de hombre que sabe muchísimo de teatro y que al mismo tiempo escucha con atención. Es, junto a Marcos Ordóñez, el superviviente de los grandes críticos de teatro españoles. Villán escribe hermosas críticas, a veces con un toque poético, porque él es poeta: una pieza de arte sobre otra obra de arte, la función que comenta. Se dice en el Gijón que Villán ha concluido un libro sobre este gran café madrileño, libro que es al mismo tiempo una reflexión sobre la cultura y la política durante la Transición.
Los grandes críticos de teatro de este país murieron: Eduardo Marqueríe, Eduardo Haro Tecglen, Lorenzo López Sancho, Ángel Fernández Santos -que acabó haciendo críticas de cine- o Moisés Pérez Coterrillo -crítico menor entre los demás a quien alguien despidió con un obituario titulado 'Descansemos en paz'-. El teatro ha perdido sitio en los periódicos. Por eso, cada entrega de Villán se recibe como una joya. Porque este crítico es ya uno de los pocos -tal vez el único- que mantiene en vilo a los dramaturgos desde la noche del estreno hasta conocer el contenido de la reseña.
Esa circunstancia era habitual en otros tiempos. Juan Antonio Tirado, periodista de 'Informe Semanal', lo recordaba recientemente en su blogs: “Haro Tecglen fue un enemigo implacable de Buero Vallejo. Buero llegó a estrenar una obra, 'Diálogo secreto', que gira en torno al drama de un crítico de arte que trata de ocultar su daltonismo, que de descubrirse destruiría su brillante carrera profesional”. Se trataba de una metáfora sobre Haro. El propio Haro escribió que un influyente crítico, en la época del franquismo, acudía a los estrenos “acompañado de su señora y de la querida”. Ambas eran recibidas con igual respeto y reverencias por los acomodadores. Cuando había una escena llamativa durante la representación, aquel crítico daba un codazo a su señora y guiñaba el ojo a la chica, que siempre se sentaba en la fila de atrás.
El universo de los críticos de teatro, pues. Cuando Fernando Fernán Gómez estrenó 'Las bicicletas son para el verano', Haro tituló su crítica: “Obra maestra”. Coterillo, defensor de otro tipo de estética teatral, comentó aquel día a un grupo de dramaturgos en el Café Gijón: ”¿Contra quién irá dirigida esta crítica?”. Evidentemente, contra nadie. Descansemos en paz. n