Han dicho en el manicomio que por lo visto aseguran los entendidos que se acerca un pedrusco a la Tierra de cerca de trescientos diámetros de largo y no sé cuántos de ancho. Ya viene la piedra. Un ropero grande es el que nos va a caer. La cruel noticia no ha pasado aquí desapercibida. Los locos nos hemos puesto como motos y el nerviosismo se ha adueñado del patio, porque lo que faltaba es que nos cayera ese pedrusco en toda la cabeza con lo malita que la tenemos. Algunos han dormido esta noche debajo de la cama por si acaso y otros al descampado para verla venir. No se han enterado los pobres que eso va a ocurrir para el año 2039 y la verdad es que no sé por qué lo anuncian tan pronto, cuando para ese año no tenemos ni idea de dónde podremos estar. ¡Digo yo que por qué no anuncian con tiempo algo que sea un poquito agradable!
Sin embargo hay piedras mucho más grandes, que nos están cayendo todos los días en el coco y aquí no se asusta ni el perro. La última es la subida de la luz, que a lo tonto a lo tonto se está poniendo como para acostarse a las 6 de la tarde y no abrir las pupilas. Yo no sé lo que está pasando ahí fuera, pero aquí, entre estas cuatro paredes, no damos abasto para asimilar tantos recortes y vivimos con la única esperanza de que algunos ven brotes verdes para el mes de agosto de este trece que Dios tenga pronto en su gloria. La gasolina sigue batiendo su propio récord día tras día y va a llegar un momento en que los árabes no van a saber qué hacer con tantos petrodólares. El tren ha subido otra vez, aunque subir es algo que debería estar reservado a los aviones. En fin, no sigo el listado porque les voy a amargar la mañana y no está el horno para bollos.
Volviendo al pedrusco. ¿Qué ocurriría si cayera en La Isla? Todo es posible. Yo creo que lo mejor sería que cayera en el Ayuntamiento ahora que no hay nadie. Así por fin partiríamos de cero y se podría construir otra vez la Casa Consistorial de una vez por todas. Da penita ver ese pedazo de edificio, orgullo de cualquier cañaílla, criando jaramagos sin que a nadie se le conmueva al alma ante tanto abandono. Algunos dicen que no hay dinero. Yo no tengo tiempo ni espacio para demostrar lo contrario, pero estoy seguro de que hay dinero. Y bastante. Pero, claro, España es como una olla llena de agua con muchos boquetes, y el agua se va por los agujeros que le están haciendo a mano armada. Aquí hay demasiado ladrón y demasiado sinvergüenza. Todos los días salen unos pocos en el Telediario llevándoselo calentito y el único castigo que reciben es que la cara se les pone colorada. Mentira. La cara dura es incolora. Los dineros nunca aparecen y los señores ladrones son llevados a la tele a ver si nos hacen alguna gracia contando todo lo que nos roban a los incautos de nosotros. Mientras tanto, Rajoy con las tijeras echándole las culpas a la herencia, y los otros echándole la culpa al de las tijeras. En el manicomio estamos con todo este personal que nos subimos por las paredes, aunque ya nos subimos sin necesidad de indignarnos con nadie. Además, hoy trece se puede decir que comienza la parte más dura de la cuesta de enero y la gente de la calle ya empieza a estar cansada de subir cuestas, de ver tanto pirata impune y de contemplar tanto dinero volando ante sus narices.
Volviendo al pedrusco. ¿Y si cayera encima de Varela y del caballo? Pues sería la única manera de solucionar la papeleta de quitar de una vez cualquier símbolo de la guerra incivil, pero aquí no se está por la faena.
Bueno, cuidado con las piedras que nos están cayendo diariamente y vamos a despreocuparnos por el momento de ese pedrusco que viene por el espacio a toda leche, porque estoy seguro de que nos va a hacer menos pupa que la que nos hacen aquí unos cuantos malnacidos.