Cadáveres en el Congreso
No es malo el símil de los cadáveres encontrados en los sótanos del Congreso de los Diputados en los tiempos que corren en la política española...
No es malo el símil de los cadáveres encontrados en los sótanos del Congreso de los Diputados en los tiempos que corren en la política española. Hace poco lo dijo el mismo Mariano Rajoy: “todo el mundo tiene que saber lo que tiene debajo”. Ahora sabemos que debajo de sus señorías existían enterramientos.
Naturalmente los restos tienen una explicación plausible: en el mismo enclave se edificó un convento entre los siglos XVI y XVII, por lo que cabe presumir que los huesos encontrados –dos calaveras y tibias y peronés– hayan pertenecido a nobles que meritaron enterramiento en Iglesia que fue tan principal. Ahora, con el rastreo del ADN, hasta se podría llegar identificar estos cadáveres. Es cuestión factible con las nuevas tecnologías forenses.
Da la sensación de que la investigación sobre el espionaje en Madrid va a ser más difícil que la de los muertos del Congreso, porque todas las baterías del poderoso PP de la Comunidad Autónoma se van a poner a disparar metralla para impedir la identificación de quienes encomendaron a los espías su trabajo de elaboración de dossier. En eso, en lo de ocultar cadáveres, Esperanza Aguirre tiene pinta de ser experta. Lo hizo con el tamayazo, lo ha practicado en Caja Madrid y ya ha sembrado los mimbres para que la comisión de investigación esté apuntalada por los más eficaces enterradores de cadáveres de su propio partido.
El muerto es necesario para probar que existió el crimen o, en su defecto, la confesión del culpable. Lo segundo es difícil, salvo que exista delación que normalmente va acompañada de recompensa y el culpable se desmorone.
Los cadáveres de la Carrera de San Jerónimo han estado más de tres siglos debajo de sus señorías. Es verdad que en muchas ocasiones había hedor en la política española. Ahora han aparecido los cadáveres del Congreso. Nos queda por encontrar los que se esconden en la Comunidad de Madrid. Allí también hay un olor nauseabundo.
Naturalmente los restos tienen una explicación plausible: en el mismo enclave se edificó un convento entre los siglos XVI y XVII, por lo que cabe presumir que los huesos encontrados –dos calaveras y tibias y peronés– hayan pertenecido a nobles que meritaron enterramiento en Iglesia que fue tan principal. Ahora, con el rastreo del ADN, hasta se podría llegar identificar estos cadáveres. Es cuestión factible con las nuevas tecnologías forenses.
Da la sensación de que la investigación sobre el espionaje en Madrid va a ser más difícil que la de los muertos del Congreso, porque todas las baterías del poderoso PP de la Comunidad Autónoma se van a poner a disparar metralla para impedir la identificación de quienes encomendaron a los espías su trabajo de elaboración de dossier. En eso, en lo de ocultar cadáveres, Esperanza Aguirre tiene pinta de ser experta. Lo hizo con el tamayazo, lo ha practicado en Caja Madrid y ya ha sembrado los mimbres para que la comisión de investigación esté apuntalada por los más eficaces enterradores de cadáveres de su propio partido.
El muerto es necesario para probar que existió el crimen o, en su defecto, la confesión del culpable. Lo segundo es difícil, salvo que exista delación que normalmente va acompañada de recompensa y el culpable se desmorone.
Los cadáveres de la Carrera de San Jerónimo han estado más de tres siglos debajo de sus señorías. Es verdad que en muchas ocasiones había hedor en la política española. Ahora han aparecido los cadáveres del Congreso. Nos queda por encontrar los que se esconden en la Comunidad de Madrid. Allí también hay un olor nauseabundo.
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