Del covid a las inundaciones

Publicado: 15/03/2025
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Hasta que el cuidado del medio ambiente no se convierta en un negocio provechoso, habrá quien prefiera alentar los tambores de guerra y hacer caja con Defensa
Este sábado 15 de marzo se cumplieron cinco años desde que se detectó el primer caso de coronavirus en la provincia. La intensidad, la angustia y la incertidumbre con la que vivimos aquellos meses han ayudado a que los recuerdos permanezcan muy vívidos; algunos de ellos, los peores, como cicatrices en el alma.

Aún conservo los cuadros en los que íbamos anotando día a día los contagios, como un registro de terrores y esperanzas que nos ayudaban a elaborar gráficos comparativos y esbozar expectativas mientras la vida de la mayoría de la gente se reducía a su propia casa y a la de quienes más echaban de menos.

En esa labor nuestra de ejercer de conexión con el mundo exterior prevaleció, en la mayoría de los casos, un ejercicio de responsabilidad y compromiso, como auténticos servidores públicos, que, en mi caso, me hace sentir muy orgulloso de todo el trabajo realizado en su día por quienes formaban parte de nuestra redacción.

El mejor resumen, en cualquier caso, cabe en una simple frase: fue duro para todos y horrible para quienes perdieron a sus seres queridos. Como al final de toda guerra, la contienda se acabó para cada uno de nosotros, “pero permanecerá ahí, el resto de nuestros días”, como confesaba resignado el protagonista de Platoon mientras sonaba de fondo el Adagio de Samuel Barber. La alegría por superar la pandemia nunca será suficiente para borrar el rastro de tantas lágrimas. 

He estado revisando algunas de las anotaciones que hice de aquellos primeros días sumidos en el estado de alarma y me he encontrado con las explicaciones de David Ropeik, un exprofesor de Harvard, especialista en psicología de riesgos,  que ayudó entonces a ofrecer un retrato más o menos fiable de por qué actuamos como actuamos ante una crisis de la dimensión del Covid 19: “Cuando hay un riesgo cerca no hacemos cosas inteligentes”, resumió. “No paramos de recibir datos constantemente, que tenemos que pasar posteriormente por nuestros propios filtros emocionales, y eso nos lleva a tener más miedo todavía, porque no podemos controlar nuestra propia seguridad. Por eso volvemos a la religión, a rezar, y al papel higiénico o a las mascarillas, para sentir cierto control, porque seguimos nuestros miedos, no las evidencias”.

En su opinión, eso mismo es lo que hace que los gobiernos introduzcan mensajes de trasfondo psicológico, del tipo “lo peor está aún por llegar”, ya que “al que está en el poder no le gusta que la gente entre en pánico, y le ofrece esos mensajes para poner las cosas en perspectiva, para que cuando llegue ese momento no nos alteremos más y que no dé tanto miedo”.

Esa misma explicación sirve ahora para entender cómo estamos enfrentándonos a nuevos miedos, como el del cambio climático, con sus danas, sus inundaciones, sus ciclogénesis explosivas, sus tormentas supercélulas, y sus nombres propios (Jana, Konrad...), como si denominar aquello que nos amenaza ayudara a concienciarnos más sobre el riesgo al que nos enfrentamos.

Hay quien se queja incluso de la sobreactuación de los planes de emergencia, como si en este caso también volviésemos a seguir nuestros miedos y no las evidencias, pero después de la gestión de la crisis de Valencia se ha impuesto el mantra de la prevención: ningún responsable público se quiere ver señalado como Mazón.

Esta rebelión de la naturaleza, que la hace impredecible y violenta, sigue, no obstante, sin suscitar unanimidades de la mano de una corriente negacionista que está cerca de situarse al nivel de los terraplanistas, o sea, de la broma con cámara oculta.

Sospecho que hasta que el cuidado del medio ambiente no se convierta en un negocio provechoso, habrá quien prefiera alentar los tambores de guerra, tocarle las palmas a Trump y Putin y hacer caja a costa de los ministerios de Defensa, prueba de que el dinero sigue obedeciendo al interés particular antes que al general.

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