Barbate es una localidad muy especial, e intento ser todo lo objetivo que puede ser un barbateño de nacimiento, que defiende su pueblo de cualquier ataque exterior, pero que, al mismo tiempo, es voraz en su crítica a nivel interno cuando considero que no se hacen bien las cosas, a pesar de que, en no pocas ocasiones, esta crítica cae en saco roto. Pero creo sinceramente que la singularidad de nuestro pueblo va más allá de su geografía, involucrando también a su gente, las anécdotas que suceden o la espiritualidad de este municipio, por darle un nombre a algo cuyo sustantivo exacto desconozco.
Hay creadores artísticos de diferentes ramas —música, cine, pintura, ebanistería, etc.—, anécdotas de apariciones o sucesos que la lógica no puede explicar en multitud de familias. Pero, desgraciadamente, también hay fantasmas que aparecen de vez en cuando y ensombrecen la difusión de noticias tan gratas como la de esta semana: por primera vez, nos hemos puesto al día con la Seguridad Social y Hacienda, posiblemente la mejor y más importante noticia para este pueblo en toda la Democracia.
Sin embargo, cuando aún los que queremos este pueblo por encima de ideologías o prejuicios partidistas celebrábamos este acuerdo, los fantasmas más dañinos de esta bendita tierra han vuelto a pulular por el mar que nos rodea. No era algo que pudiera sorprendernos, pues las carencias en los medios de seguridad de nuestras costas siguen latentes, igual que hace un año. Mientras los fantasmas saludan a la cámara en su trayecto por el río Guadalquivir, los obreros se ven ineficaces ante la falta de medios, lo que puede generar desgracias en uno u otro lado de la baraja del bien y del mal.
Entiendo que las soluciones deben de ser complicadas, pero no dejo de indignarme cuando el socio del Gobierno de este país —el que tiene a su líder deambulando por Europa— habla de que la vida en Cataluña es más cara que en Andalucía. Algo tendrá que ver el gobierno autonómico catalán, creo yo. Pero no menciona las necesidades de los andaluces, que, por su privilegiado enclave, tienen que sufrir al ser la puerta del narcotráfico en Europa. Entiendo que la solución no puede estar en el refuerzo de la Policía Autonómica, pues, si el problema rebasa una y otra vez la dotación de los cuerpos policiales nacionales, Andalucía carece de recursos para poder presentar un cuerpo de seguridad que combata este problema. Aunque también me pregunto: ¿qué función realiza la Policía Autonómica, de la cual desconozco hasta el color de sus uniformes?
Andalucía es un espectador de lujo de un negocio fantasmagórico que campa a sus anchas por sus costas y ríos. El Estado parece no querer enterarse del problema que tenemos en esta tierra y, desde luego, los gaditanos y los barbateños no quieren volver a recuperar una imagen dura y triste que este pueblo no merece.
Por eso quiero culminar esta columna en positivo, felicitando a la única administración que ha demostrado a lo largo de la historia que no quiere este tipo de fantasmas flotando en su entorno: la administración local. Tanto esta como las anteriores no solo denuncian y se movilizan cada vez que ocurren estas circunstancias para exponer las bondades —que son innumerables— de nuestra tierra, sino que, además, han acabado rompiendo el grillete que arrastrábamos durante cuarenta años y que nos ha impedido realizarnos como un municipio más del Estado español. Ahora las excusas se van a acabar y, con la paciencia propia de quien ha sido liberado de un lastre, pero no ha recibido la varita mágica de Harry Potter, este pueblo debe empezar a planificar sus prioridades para acometerlas, que no son pocas: rehabilitación de espacios públicos, arreglo de las vías públicas y, por supuesto, pagar, como todos, la Seguridad Social y Hacienda.