Veinte años no es nada. Eso aseguraba Carlos Gardel en su tango. Pero hubo un tiempo donde se defendía todo lo contrario. La década de los 80 comenzó con un propósito importante en el devenir de este país, que consistía en afianzar una democracia que todavía portaba pañales.
La maldita dictadura había muerto y parecía que comenzaban a cicatrizar las heridas de una guerra fratricida que nunca debió haber existido.
Veinte años faltaban para el futuro, un año 2000 que se veía, para llevar la contraria a Gardel, bastante lejano. La imaginación se nos llenaba de coches voladores y robots para dibujar esa presunta era de avances. Mientras tanto, el tiempo, ajeno a todo pensamiento, avanzaba impasible, segundo a segundo.
Se llegó a las puertas del nuevo siglo, donde no podía faltar ese afán catastrofista que siempre ha caracterizado a la raza humana. Hasta la misma CIA se encargó de advertir el peligro que acechaba con el bautizado como “Efecto 2000”, un fenómeno que amenazaba con sumir al planeta en un caos tecnológico de proporciones bíblicas. Pero no pasó nada y el siglo XX desapareció sin muchos cambios apreciables. Para demostrar que todo seguía igual (o peor), los humanos volvieron a mostrar su cara más salvaje con los terribles atentados de las torres gemelas en 2001.
Lo más destacable llegó con la alevosa ejecución de la peseta. Aduciendo un absurdo progreso, nos metieron un gol por toda la escuadra del que todavía nos estamos reponiendo. Por lo demás, la vida seguía igual, como diría Julio Iglesias. La sangre continuaba derramándose por todas partes. Los enfrentamientos en Oriente Medio eran secundados por la guerra entre las dos Coreas y la aparición de terroríficos invitados como Al Qaeda. En España, para seguir siendo diferentes, se nos atragantó un trozo de piedra llamado Perejil por culpa de un rebaño de cabras que casi provoca una guerra.
Para poder determinar si la transformación que trajo el nuevo siglo fue beneficiosa, se puede dar por terminado el periodo de cortesía, que ya alcanza la nada despreciable cantidad de 25 años.
Los coches no vuelan (por el aire) y la robótica, de momento, no ha alcanzado el protagonismo que se le suponía. Por otra parte, sí que es significativo el hecho de que las calles se han vaciado de niños al mismo tiempo que las casas eran invadidas por aparatos electrónicos, lo que ha provocado que el verbo jugar tenga una definición totalmente distinta a la que siempre hemos conocido.
Por lo que respecta a nuestra piel de toro, las cicatrices de aquel siniestro recuerdo han vuelto a abrirse para dibujar un escenario con las dos Españas más enfrentadas que nunca. Una cuestión de ideales, dicen.
En lo que sí acertó Gardel es que las nieves del tiempo platearon nuestras sienes.
“Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”. (Miguel de Unamuno).