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Desde el campanario

Oda al perro callejero (a todos los que lo vivimos)

A ti, mártir inocente de sicarios sanguinarios portadores miserables de pelotillas sangrientas

Publicado: 09/02/2025 ·
14:44
· Actualizado: 09/02/2025 · 14:44
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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A ti Canelo, que pasaste a la historia el mismo día en que este niño despistado vio ensortijada su piel por el vello adulto de la madurez irremediable. A tú errante silueta, pincelada pintoresca de un paisaje polvoriento flanqueado por chumberas olvidadas en los confines de la ingenuidad extraviada.

A ti, inapreciable compañero al que nunca supe valorar tal vez porque formabas parte irreemplazable del guión de mis venturas, y tu presencia era tan irrenunciable como la de los carritos de chucherías, los remiendos de fondillo y las moscas pegajosas, en aquella postal de triquitraque y barquillitos de canela, aderezada con pregones de moras y caballas durante la calma imperturbable del sesteo canicular, en una Isla atollada a la vera de un lepanto hastiado de silencio subyugador, en tiempos de bozales y ataduras.

A ti, patrullero cadencioso. A tu astucia, tu ingenio y tu juicio para morar a salvo en territorios hostiles administrados por tus parientes belicosos.


A ti, icono perpetuo de plazoletas color sepia. Fisgón indiscreto de casapuertas en penumbra a la sobremesa de la dicha irrecuperable. Testigo de cargo de flautas afiladoras y tintineos de velones de Lucena. Mayordomo sin librea de trotamundos menesterosos. Espectador ansioso al paso de acémilas y carros buhoneros. Penitente rezagado en desfiles suntuosos de custodia, zapatos blancos y traje nuevo. Compasivo ciudadano de las deficiencias manifiestas en el pobre tarado errante, objetivo despiadado de la burla popular. Socorrista solidario al eco de un aullido en apuros. Pícaro galán de trabazones carnales en el coliseo urbano del erotismo callejero. Fortín inexpugnable de tu prole ante los peligros del entorno pendenciero. Rejoneador temerario de ratas acorraladas en los zócalos de la miseria. A tu quejido lastimero, declarante gutural de moratones dolorosos provocados por pelúas proyectadas desde tirabalas esgrimidos por las manos traviesas de unos monicacos negligentes.

A ti, contertulio taciturno de regreso a casa tras la doble sesión en pantallas aclimatadas a la fresca de las noches estivales. Sereno cauteloso de callejones alumbrados por bombillas sin filamento. Intruso solapado, seducido por el roce placentero de cofias veinteañeras con tafetanes donceles en atardeceres claroscuros de una glorieta inmóvil impregnada de lujuria por el éxtasis de la pasión lozana. A tu itinerante devenir sin planos orientativos por los vericuetos escabrosos de un pueblo decorado con montañas de sal en los límites de su idiosincrasia vulnerada.

A ti, mártir inocente de sicarios sanguinarios portadores miserables de pelotillas sangrientas. Presa codiciada por laceros despiadados de a duro la pieza. Patrimonio malogrado del espacio en que viviste. Fósil incrustado en la memoria de una generación expectante a la espera de un buril altruista que inmortalice tu recuerdo invaluable. A tu nobleza, tu lealtad y tu filantropía, víctimas propiciatorias del mordisco del progreso.     

A ti en fin paisano, fiel Canelo. Perro cañaílla, perro callejolero. Tan distante en el tiempo, tan cercano en la memoria. Lazarillo testarudo, que escoltaste mi candor desde las Siete Revueltas hasta el Manchón de las Anclas y cortejaste mis carreras desde Caño Herrera hasta el Zaporito. A ti, notario de rúbrica biológica que custodiaste las escrituras de mis escondites en el barrio de la Plaza cuando la infancia duraba cien primaveras a la sombra de las moreras del Callejón de los Muertos y las piruetas desde el puente Lavadera.

Cuanto añoro tú figura desgarbada buen amigo. Cuanto tú presencia sigilosa rondando de puntillas por la tramoya de mi nostalgia. Cuanto daría por levantarme mañana y ver de nuevo tu alborozo juguetón rodeado de un corro callejero frente a cualquier accesoria de mi plazoleta. Pero si optaste por tu extinción para no padecer la transformación de un pueblo devorado por la evolución, mejor quédate allá donde estés. Conserva el retrato magullado de aquella Isla que viviste y no regreses al presente, no te va a gustar compañero. Hoy los perros se han refinado. Se han a-ma-ri-co-na-do. Son perros de manicura al servicio de sus amos. Perros decadentes. Perros desprestigiados. Perros encerrados en prisiones de lechos vaporosos y aperitivos a la carta, con derecho a peluquería y veterinario de guardia. ¡Qué paradoja! Tú gozaste de libertad en tiempos de opresión, y ellos son esclavos en tiempos de libertad. Hasta siempre noble Canelo.

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