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Desde la Bahía

El brazo sabio de Halloween

Cuando subió al árbol, lanzó crucifijos a los pies del diablo y lo inmovilizó

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La calabaza se siente muy honrada de pertenecer a la familia de las “cucurbitáceas”.  A nuestro continente llegó en el siglo XV, mostrando ser de origen vegetal, contener semillas y ser comestible, es decir se trata de una FRUTA.  La historia le ha añadido leyendas particulares. De este modo, decir a alguna persona que “le han dado calabazas” es señal de que ha sido rechazado cuando requería amores a su pareja. A un estudiante darle calabazas es decir que le han “obsequiado” con algún suspenso. La calabaza encendida Jack o’ lantern protagoniza hoy este artículo. Aunque sus pepitas llegaron a utilizarse incluso como cuentas del rosario, para alejar espíritus lascivos, nunca serán comparables con las pepitas del melón, símbolo de fecundidad, abundancia y lujo.  Los “celtas” que llegaron a Irlanda hace unos 2.500 años celebraban una fiesta, el Samhain, de probable tradición previa, poniéndose trajes y máscaras para intimidar o ahuyentar a los espíritus, ya que creían que la fecha de terminación del verano, finalización de las cosechas y comienzo del invierno -31 de octubre- era una época en que las almas de los muertos regresaban al mundo de los vivos para visitar sus hogares.

Corría el año de 1836. En el periódico irlandés Dublín Penny Journal se publicó el cuento Jack el tacaño. Era este un granjero irlandés, borracho, tacaño, pero muy astuto que llevaba una vida llena de pecados. La noche del 31 de octubre fue a visitarle “el diablo” para llevarse su alma, pero este hombre le convenció para que le permitiera tomarse una última cerveza, rogándole que le acompañara. Cuando llegó la hora de pagar Jack dijo que no tenía dinero y le pidió al diablo que se transformarse en moneda y, tras ello y cuando el propietario de la taberna estuviese distraído, podía volver a su forma real y reunirse nuevamente con él. El diablo lo hizo pero Jack en vez de pagar se guardó la moneda en el bolsillo donde llevaba un crucifijo, impidiendo que belcebú recobrara su forma y a cambio de liberarlo le pidió que le perdonase la vida por diez años. Humillado, el diablo se presentó diez años después y de nuevo Jack le hizo una petición, que le dejase comer una manzana.

Cuando subió al árbol, lanzó crucifijos a los pies del diablo y lo inmovilizó. Tras ello le expuso una serie de condiciones para su liberación, haciéndole prometer que nunca llevaría su alma al infierno. El diablo tuvo que aceptar. No volvió jamás. Lo que le diablo no llegó a conseguir, lo obtuvo el alcohol y Jack murió a consecuencia de sus excesos. Dios por su comportamiento le negó la entrada en el cielo, pero con su capacidad para los amaños se dirigió al infierno. El diablo le recordó que se hizo la promesa de que nunca se llevaría su alma y al convenio que él buscaba le puso un precio: vagaría eternamente, sin ser admitido en ningún lugar y le entregó un farolillo fabricado con un nabo en cuyo interior ardía una brasa eterna para que le iluminara su camino.

Así empezó en Irlanda y en menor medida en Gran Bretaña la tradición de los Jack o’ lanterns, y estos farolillos adornaban las casas en la Vigilia de todos los Santos, que es lo que originariamente significa Halloween contracción de All Hallows Eve y se creía que este amuleto mantendría a los malos espíritus lejos de sus casas. Cuando los irlandeses emigraron a Estados Unidos, se encontraron con que el cultivo de los nabos era muy inferior al de las calabazas, más económicas, originándose el cambio que resultó definitivo. El disfraz y la máscara completan la efeméride. Los dulces mantenían felices a los espíritus.

Hubo una vez, que el diablo se disfrazó de “Estado” con la finalidad de llevarse el “alma presidencial” de quien dirigía aquel país, que mostraba múltiples defectos -narcisismo, humillante sonrisa y continua mofa de la verdad y de lo prometido, sin visos de evaluarse alguna virtud- a la jauría de la vida ordinaria, pero era muy astuto y sagaz. Convenció al diablo de que era el más querido y el que tenía más apoyo y le invito a que lo comprobara en el pleno que se celebraría aquella misma tarde. Tras ello convinieron en verse cuatro años después. Cuando cumplido el tiempo de nuevo vino el diablo por el “alma del presidente”. Éste, otra vez hizo gala de su astucia y respaldado por una serie de grupos, de unión por conveniencia, arrestaron a aquel diablo y para liberarle le propusieron que nunca más volviese para sacar aquella alma de su presidencia.

Lo que no pudo el diablo, lo llevó a cabo la falsía de aquellos amigos, cuando consiguieron todas las conveniencias que precisaban  para mandarle al mundo que la vida le tenía preparado. Al verse el alma fuera de su presidencia acudió a sus compañeros de siempre, pero estos hartos de sus desatinos y cambios continuados de criterio, no le dieron cobijo alguno. Solo, sin ayuda, no tenía ninguna posibilidad en la vida que ahora se le presentaba por lo que se decidió ir a ver al Diablo, al Estado, para que le abriera alguna puerta, pero Luzbel le recordó que hizo una promesa de que nunca se llevaría su alma y lo que solo convino con él fue entregarle una calabaza con múltiples orificios en cuyo interior ardía una brasa eterna para que le alumbrara en su nuevo camino, ya que vagaría eternamente sin ser nunca más admitido en un “puesto de poder”, al par que con ironía le dijo: “Te juzgué melón y me has resultado calabaza”. Halloween es más sabio de lo que parece.

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