Esta pasada primavera, la editorial Erato daba inicio auna nueva colección de poesía. Y lo hacía con la publicación de “El color de la distancia (1977 – 2022)”, una amplia antología de Carlos Murciano. “El deseado”, de Aureliano Cañadas y “Cuaderno de la lluvia” de Carlos Doñamayorcompletaban sus tres primeras entregas.
Ahora, ve la luz, “Inventario de vuelos”, una compilación que reúne una sugestiva muestra de diez poetas. Rafael del Castillo, director de la citada colección, señala en su presentación los dos anhelos que persigue esta lírica aventura: ser un espacio “diferenciador” donde tengan cabida todos aquellos autores que lo deseen y ofrecer al lector variados ejemplos delmapa poético y literario de hoy. Continente y contenido se alinean, pues, al hilo de volúmenes donde se aprecia el esmero por ofrecer atractivas ediciones.
Alfredo Piquer ha estado al cuidado de este florilegio que me ocupa. En su prólogo, da cuenta de los motivos que justifican la presencia de los seleccionados. “Todos ellos parten de, o recuperan seguramente a los poetas del 50, heredan también el espíritu transgresor de la poesía de los 70 (…) y han asimilado la multiplicidad de las tendencias que desde los 80 han venido formando la lírica actual, desde los factores como `mas media´, lo urbano, los nuevos enfoques de la realidad o una nueva sensibilidad hacia la épica de lo real”.
Seis mujeres, Ana Ares, Laura Gómez Recas, Pilar Martín Gila, Leticia Molina, Milagros Salvador y Chelo Santa Bárbara, más cuatro hombres, Carlos Doñamayor, Gonzalo Melgar, Andrés R. Blanco y Rodolfo Serrano integran el conjunto. La lectura, análisis y caracterización del mismo, ofrece concomitancias y divergencias como es inherente a toda antología. Mas sí pueden extraerse aspectos que concluyen en maneras discursivas que alientan una armonía versal. La relevancia de cada decir se postula desde antecedentes lineales que derivan en un horizonte de similares expectativas. Desde sustratos empíricos que llevan implícitos una recepción formal, los poemas involucran a un público capaz de dar a la mano a la realidad y a la ficción de cuanto acontece en cada yo. De ahí, que se promueva una comprensión tácita si colectiva.Desde el constructo de la memoria, del amor, de la razón…, se vertebra una multiplicidad de paisajes y protagonistas que convergen en la plenitud de un humanismo sostenido y cómplice, de un tiempo y un espacio donde prevalece un verbo solidario y dador de una acentuada honestidad.
Hay ejemplos distintos para refrendar dicha homogeneidad, si bien espigo tan sólo dos de ellos. Por un lado, el de Milagros Salvador: “Siempre es tiempo de versos,/ palabras que acompañan los sentidos/ como acompaña el sueño/ con su tacto de uva,/ la fruta que regala su misterio,/ con su viejo sabor”. Por otro, el de Andrés R. Blanco: “Escribiré en cristal, y así mi paso/ será de levedad y transparencia/ y engarzará tan sólo las lecturas/ de aquellos que me encuentren accesible (…) como el trozo de pan que en nuestra boca/ nos lleva a la certeza de sentirnoscomunes,/ hermanos de la vida/ del mundo y de los otros”.
Una antología, en suma, que enhebra límpidas palabras y se deja llevar por el aire pleno de su verdad y de su
vuelo.