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El Loco de la salina

¿Hay algo más automático?

Pero los políticos debieron pensar que la cosa no está para bromas, que el tiempo es oro y que con esos temas no se juega

Publicado: 02/07/2023 ·
18:00
· Actualizado: 02/07/2023 · 18:00
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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En este siglo XXI que nos ha tocado vivir todo es automático. No hace falta poner muchos ejemplos, porque cualquier mente despierta nos dará automáticamente la razón. Ahí tenemos el microondas, la cisterna del WC, la lavadora, la licuadora, la alarma del reloj…Y ¿qué me dice del mando a distancia? Todo se programa para no tener que molestarnos lo más mínimo, y para realizar el mínimo esfuerzo. Va a llegar un momento en que no vamos a saber movernos, porque se nos habrá olvidado que no somos paralíticos y que hay cosas que podemos hacer por nosotros mismos sin esperar ningún toque automático.

Traigo este tema aquí, porque el otro día entré en el servicio de un bar, y de forma automática y sorprendente se encendió la luz. Me quedé desconcertado, aunque agradecido, porque no hay cosa más desagradable que ir tanteando los azulejos pringosos para ver dónde se puede encontrar el maldito interruptor. Estas cosas no me pasaban a mí en el manicomio. Ya tenía la luz encendida, pero, cuando estaba en lo mejor del cante, se apagó todo de repente. Pasaron unos diez segundos angustiosos y de pronto volvió otra vez la luz como por arte de magia, aunque esos diez segundos se me hicieron eternos. Por un momento me acordé de las castas todas del progreso y añoré aquella época en que para iluminarnos solamente hacía falta pegarle un pellizco a la pared o más tarde un empujoncito al botón blanco y no tener que esperar a que alguna fuerza invisible nos trajera de nuevo a la brillante realidad de las cosas. Ya no me fiaba lo más mínimo y aceleré para ajustarme bien el pantalón, la camisa, la correa y dar con el pestillo de salida antes que la oscuridad me dejara con el culo al aire, nunca mejor dicho. Cuando terminé y me dispuse a salir del servicio, se volvió a apagar la caprichosa luz y allí dejé la cisterna llenándose automáticamente en plena oscuridad y diciendo chiss, para que me callara la boca y aplacara las quejas. Ya fuera, comprendí que estamos rodeados de aparatos automáticos y que ya no hay forma de prescindir de ellos.

Sin embargo, todo lo dicho hasta ahora es como un juego de niños, una pamplina, una tontería, comparado con lo que pasó inmediatamente después de la toma de posesión de muchos de los nuevos Ayuntamientos tras las elecciones municipales. Fue algo increíble, aunque los locos ya estamos abiertos a cualquier creencia. Se comprende que los políticos no podían esperar ni un segundo más y todo fue llegar y pegar de un modo automático. La subida de sus propios sueldos fue tan automática, que es muy complicado encontrar un ejemplo más evidente de automatismo. Ya se habían acabado los cafés, las reuniones, las sonrisas y el reparto de regalitos. Ahora se iba a lo importante. Podrían haber esperado un poquito, una semanita e incluso un mes, más que nada por vergüenza ajena. Pero los políticos debieron pensar que la cosa no está para bromas, que el tiempo es oro y que con esos temas no se juega. En todo caso, seguimos sin comprender por qué no se subieron el sueldo muchísimo más, ya que nadie se lo iba a impedir.

Y yo me pregunto por qué a los locos no nos dejan subirnos el sueldo a nosotros mismos hasta donde queramos, así por la cara y de manera automática. Seríamos más felices, y total, a los cuatro años los cañaíllas olvidarían que una buena tarde de golpe y porrazo nos quedamos con ellos automáticamente.
    


 

 

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